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Boletín Spondylus

Entorno mediático pospandemia


Por: Pablo Escandón

Edición: Sofía Tinajero Romero

 

Luego de dos años de pandemia por la Covid-19, el docente Pablo Escandón, del Área de Comunicación entrevista a Lila Luchessi, experta en medios, rutinas periodísticas y política. Realizan un balance acerca de la transformación mediática, principalmente de las rutinas periodísticas en la generación y difusión de la información y su relacionamiento con los diferentes usuarios. Desde la experiencia profesional y académica de Lila Luchessi, esta entrevista aborda las transformaciones y los retos que la industria mediática tiene a futuro para reconfigurarse económicamente y en contenidos.

Luchessi es doctora en Ciencia Política, y licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente, dirige el Instituto de investigación en políticas públicas de la Universidad Nacional de Río Negro, y es profesora titular de la cátedra de introducción al periodismo en esa universidad, y también en la carrera de Ciencias de la Comunicación Social, en la UBA.

Además, es docente de varios posgrados en Argentina y también en América Latina. Próximamente contaremos con Lila para nuestra Universidad.

 

Lila, bienvenida, antes que nada. Muchísimas gracias por aceptar esta entrevista. Luego de estos dos años de aislamiento, ¿Cómo has visto el cambio del periodismo con esta digitalización forzada?

En realidad, me parece que el periodismo venía cambiando desde antes. La cuestión de la periodicidad ya, con la inserción de las herramientas digitales, -que no es nueva- deja al periodismo como desfasado. Si en tiempos más modernos y más de imprenta y más de medios electrónicos, el periodismo tenía un lugar mucho más central, sobre todo con la irrupción de las redes sociales, queda como corrido del lugar, donde pierde cierta centralidad, donde pierde cierta autoridad en términos de voz pública.

Y me parece que, con la pandemia, lo que sucedió fue que quedaron como muy a la vista situaciones que muchas veces se dan por saco rato. Volvimos casi a una situación como de los 90, en muchos sentidos.

Pero, en términos de medios, primero se notó una gran brecha entre quienes tienen acceso y no tienen acceso a las cuestiones digitales, que afectó puntualmente a las situaciones de educación, porque había casos puntuales que no tenían acceso.

Según datos del Banco Mundial, el 40% de la población mundial no tiene acceso a Internet. Es un número muy alto, mucho más alto de lo que yo podía esperar en el promedio. Y a la vez, hacia adentro, ver dónde resuena la opinión pública, o dónde están las voces autorizadas en términos públicos.

Me parece que el periodismo se ha corrido de lugar, que hay ahí ciertos grupos en Twitter que se autoperciben influyentes -que yo creo no son tanto, porque en realidad son como microclimas desde personas que podrían ir a tomar un café, porque son amigos o compañeros de trabajo en las universidades que nosotros, y me parece que hablan entre sí, y que la sociedad va por otro lado, buscando informaciones que no necesariamente son esas que esos grupos creen que son las importantes.

Y, desde ese lugar, hay como una especie de hermetismo y de cierre donde la sociedad se va alejando cada vez más de esta información que aparece en los medios, para nutrirse de lo que aparece en las redes, pero por otras comunidades que no son la de los supuestos influyentes dentro de cada comunidad.

¿Qué vigencia tiene lo que habla Habermas de la opinión pública con esta participación de las redes sociales? ¿Lo público de lo que habla Habermas ha cambiado?

Es que no sé si lo que cambió es lo público o lo que cambió es la sociedad. Me parece que el concepto de publicidad es distinto, porque claramente cambió la idea de privacidad -o sea, la privacidad no es un valor dentro de esta sociedad-. Pareciera que hay como un presupuesto que a los demás les va a importar algo que es del orden de la ultra intimidad como, por ejemplo, el interior del útero de una mujer. Los nacimientos o los futuros nacimientos se anuncian con la puesta en público de una ecografía.

A la gente grande como yo, no sé si es pudor, pero no sé si tengo ganas de verte el útero, por ejemplo. Y de repente, en las redes te encuentras con úteros que circulan en público con conceptos de supuestos que ni siquiera se sabe si dentro de 20 años van a tener ganas de ser este que aparezca entre los recuerdos del Facebook. Y se naturaliza que eso puede ser así. Y aparece la herida de una cicatriz, de una operación con alguien despanzurrado en público, y entonces se mezcla. Y me parece que la publicidad ya no es lo que Habermas pensaba en términos de cuáles son aquellas informaciones que son relevantes para construcción política.

No, la publicidad puede ser que alguien tenga callos y tenga ganas de ponerlo en las redes y que a otros le parezca relevante, y se viraliza. Y ahí está. Y, por otro lado, también atraviesa toda una cuestión vinculada con la corrección política, que también genera cierto grado de hilaridad.

Por ejemplo, si uno toma el caso ahora de Will Smith y Chris Rock. Cualquier otro momento, eso se leía en clave de humor. El tema es que se ha puesto todo tan serio o acartonado, que realmente no se puede hacer un chiste. Yo creo que lo de Chris Rock no está bien. No se puede hacer chistes con algo que a otros les genere dolor. Pero no se puede decir, por ejemplo, que bueno alguna otra cosa vinculada con la acción de un chiste, porque es como intolerable para muchos grupos de personas que toman un posicionamiento tan rígido, que en realidad va como a contrapelo de lo que se pensaba que iba a suceder con las redes. Las redes le han vuelto a la sociedad como reaccionaria y conservadora. Lo de Habermas parece como revolucionario en orden a ciertos posicionamientos que son como medievales, en las redes.

Es muy raro lo que pasa. No sé si por allí en Ecuador está pasando el fenómeno que aquí en Argentina ocurre. Incluso de ultraderechización de gente muy joven que uno dice, “no puede ser que yo esté a la izquierda de un chico de 18 años. Algo está mal. Se supone que tendría que interpelarme desde otro lugar. Y, sin embargo, hay una cuestión como muy reaccionaria en algún punto, en orden a determinados valores mientras se atraviesa por esta cuestión de explosión de privacidades. Y se va configurando otro modo de generar lo que es públicamente relevante.

Entonces, si antes lo públicamente relevante es la acción del Estado, pareciera que hoy es públicamente relevante el útero de cualquiera que dice, “Hey, voy a ser madre”. Es raro, pero bueno, la sociedad está yendo hacia allí.

En estos temas de definir qué es lo relevante y qué no es lo relevante, ¿cómo participan los medios -tanto los digitales como los tradicionales, que también tienen sus versiones digitales- marcando los temas, marcando agenda?

Yo creo que van atrás de unas agendas totalmente enloquecidas. Intentan poner en público determinados temas, pero después de repente hay una crisis de credibilidad con todo lo que huele a institución. No solamente el Estado; los medios tienen una amplísima responsabilidad -por lo menos en mi país- respecto de lo que es la erosión de las instituciones estatales.

Entonces, ponen en duda la educación pública y si de repente los docentes de las escuelas, por un reclamo salarial, dicen bueno vamos a hacer un paro. Entonces, se pone en juego, bueno voy yo y doy una clase, como si cualquiera pudiera dar una clase o cualquiera pudiera sacarle una muela a otro, porque total, si hay paro lo podemos reemplazar. Hay como una acción constante de erosión de la autoridad de todo lo institucional.

Y, finalmente, con efecto bumerán, porque los medios también son instituciones dentro de la sociedad. Entonces, las palabras institucionales están quebradas, las de los medios también. Se vuelven poco creíbles o no creíbles, y además porque muchas veces en la vorágine también entran en juego las fake news o de la no corroboración del dato, que nos deja en una situación de infracción con aquello que se supone que saben hacer.

Y, además, tienen que generar usuarios, y están en esa carrera por la generación del usuario. En 2018 publiqué un capítulo en un libro, y daba paso a esta idea de lo viral como criterio noticiable. Si ya previamente tuvo muchas visualizaciones en YouTube, entonces se plantean discusiones sobre este tema hasta en la radio, donde no te puedes mostrar -o si puedes ahora porque la mayoría de los programas de radio tienen una cámara encendida donde van haciendo live de Facebook y todo lo demás. Pero, a lo mejor no están mostrando la imagen o el video del que hablan. Y es tema de contenido para la prensa escrita, para las radios, para los tuits, una cosa que a lo mejor no tienen nada de noticiable. Pero nada.

Yo me acuerdo que, en aquel momento, había estudiado el caso de una señora que se había puesto una máscara de Chewbaka y se reía, y solo eso. Había tenido millones de visualizaciones porque era una risa muy contagiosa, en un breve lapso. Se volvió una celebridad la señora. Y fue tema de todos los noticieros del mundo y de las radios y de la gráfica, como si tuviera algo este relevante. Y era solamente una señora que se reía. Y a la vez, por este juego de hacer concesiones, si no, de repente temas que pueden hasta ser relevantes respecto de la muerte de una personalidad, que es importante para la comunidad, y a quién le importa. Cuando llega a encontrarse con que había una comunidad a la que le importa esta información, tiene que reconstruir a partir de testimonios y de fuentes de tercera mano.

Entonces, digo yo, por un lado las fuentes son mediatizadas, porque en general estamos bastante lejos en todas partes de la entrevista cara a cara, para pasar al refrito del tuit. Las personalidades tuitean, y alguien lo toma y pone un título y después hace una narrativa más o menos acorde a lo que le parece que quiso decir en el tuit.

Hay otros personajes, como en el caso de mi país, que Cristina Kirchner en realidad cuando tuitea, yo lo que creo que hace es que escribe textos largos y los va dosificando. Pero si uno no los lee en serie, no se entiende lo que quiso decir. O sea, no tienen un efecto tuit. Pero tampoco se sienta y habla con un periodista. Entonces, qué hacen. Levantan eso que se está tuiteando, que aparece en las redes o que aparece en la red de otro que retuiteó, y con eso se elabora información de una manera bastante tercerizada, porque median las plataformas, pero también median los intermediarios de información y también media la subjetividad en cada caso, que hace que las informaciones tengan un sesgo tan grande que, para llegar a encontrar el hecho o el dato, hay que hacer una especie de ejercicio arqueológico.

En este contexto, cómo hacer que un medio adecue todo esto o reforme sus rutinas. ¿Se ha dado una buena práctica?

Hay una reformulación de las rutinas, pero para mal, porque se ha perdido el chequeo, se ha perdido el valor de la primicia. Me acuerdo cuando estudié periodismo, que este año cumplo 30 años de haber terminado esta carrera, tener una primicia era un valor. O sea, tener algo que no tuviera nadie más, era un valor. Y competíamos por eso, por tener eso que no tuviera nadie.

Ahora, en realidad, por una cuestión de costos, etcétera, se espera que lo publique otro, pero cuando nadie se queja, pareciera que está chequeado, se puede publicar. Ahora, si después alguien se da cuenta que eso en realidad no corrobora, también está bien que haya tenido la primicia otro, porque así le echan la culpa de que echó a rodar una información errónea. Entonces, digo pareciera como que la rutina cambió, no para bien, sino para meter intermediación entre las fuentes. O sea, en general las fuentes del periodismo son las mismas a las que acceden los usuarios. Entonces, no tienen una fuente de primera mano que el usuario no tenga. Y, a veces, más tarde, o no conocen el tema.

Las barbaridades que estamos leyendo respecto del conflicto entre Rusia y Ucrania tienen que ver con que hay que postear, pero nadie sabe muy bien qué. Además, antes las empresas periodísticas tenían corresponsales o tenían enviados a una guerra.

Por ejemplo, yo estaba mirando el partido la otra noche por la televisión pública de aquí de Argentina; el partido que empatamos, pero no nos quitó el invicto. En realidad, los relatores estaban mirando a través de la televisión, igual que yo. Con lo cual, podía relatar yo también. O sea, no estaban en Ecuador. No habían ido a hacer una cobertura. Estaban en Buenos Aires, mirando la imagen de la televisión ecuatoriana y poniéndole un tono argentino al relato, pero en realidad también ellos tenían las imágenes mediadas por el criterio editorial de la televisión ecuatoriana. Ni siquiera estaban ahí para mirar al campo de juego, a ver que efectivamente eso que se veían en la edición era lo mismo.

Y eso pasa con la guerra, pasa con las distintas intervenciones internacionales, porque se decide que es mucho más barato hacer un Zoom, que alguien vaya. Me parece que es como una especie de involución de la cobertura, a la construcción de noticias, y a lo que es básicamente todo el proceso de construcción en el sentido de la selección y edición de la información.

Ahí vendría también un reto importante esto de la colaboración y la cocreación con otras audiencias o con usuarios. ¿Cómo lo ves?

A mí me parece que eso sería maravilloso, si es que no hubiera -desde las empresas más tradicionales- un recelo tan grande respecto a los usuarios, y una subestimación tan grande de los usuarios. En general, cuando participamos de discusiones en donde hay editores mediáticos, ellos tienden a, por ejemplo, achacar la falta de ventas en el caso específico del mercado editorial impreso o la caída de los ratings informativos, etcétera, a este la acción nociva de los usuarios en las redes. En realidad, yo creo que cuando aparecen productos de buena calidad tienen éxito.

Entonces, habría que hacer la pregunta inversa. ¿Qué les hace pensar que los clics que sí garantizan tráfico pueden generar interés o calidad en la información? O sea, las empresas son las que terminan replicando información macheteada, información errónea. Muchas veces, información mal sesgada desde el punto de vista de operaciones de políticas o de prensa de las que participan. Son nativos participantes de eso, y hace que las audiencias se vayan alejando más.

Entonces, me parece que sería muy útil la incorporación de las acciones de los usuarios, pero no lo veo. Lo veo más como una especie de pedido de provisión de datos o de chequeo de datos y no como inclusión del usuario como un agente de retroalimentación de esta información en desarrollo.

En este sentido, esta forma de colaboración ¿cómo has visto tú que has hecho también algunos análisis de investigaciones sobre el uso del tecnogobierno, la aplicación del tecnogobierno, la participación de los usuarios, de los ciudadanos con plataformas? Hay mucha gente que dice que este tema de la digitalización lo que hace es banalizar o separarnos más. Pero en el tema de usar tecnologías para acercar al ciudadano o aligerar los trámites. ¿Cómo lo ves?

Yo creo que todo lo que tenga que ver con gestión estatal está bien. Aquí, durante la pandemia, la verdad es que varias cosas funcionaron muy bien. Todo lo que tuvo que ver con turnos de vacunación, con turnos para ir al banco, en el caso de los que necesitaran ir a hacer algún trámite; con todo lo que fue la gestión online de los tratamientos médicos que no requerían ir a un consultorio y entonces por prevención se hacían llamadas o videollamadas desde los distintos centros de salud públicos y privados.

En las obras sociales, también todos rápidamente reaccionaron a digitalizar los consultorios, salvo que hubiera que hacer alguna práctica específica que no fuera reemplazable o que no fuera necesario o que no pudiera esperar.

Se fue gestionando la salud, las consultas psicológicas. Todos se fue gestionando bastante bien a través de las herramientas digitales, para los que tienen acceso, que no son todos. Lo mismo operó la educación. Rápidamente se articuló en torno de lo que fue ayer la virtualización, en el caso de las universidades.

Sí fue bastante más complejo que ciertos sectores de las escuelas primarias y secundarias donde a lo mejor en una casa había un solo teléfono celular y había tres chicos que tenían que tener clases y que no podían tener al mismo tiempo, porque además el padre requería este teléfono para trabajar. Entonces, era como bastante complicado sobre todo en esas áreas se notó bastante la carencia.

Pero sí en lo que es gestión se hace un tiempo largo que todo lo que es gobierno digital está bastante aceitado. Todo lo que es trámites y todo lo demás. Hay una aplicación que tenía que ver con esto de los permisos de circulación, que también funcionó bastante bien.

En términos de lo que fue la gestión de las noticias fue como bastante más susceptible de ser manipuladas o de ser operadas desde distintos sectores por la imposibilidad de circulación de los periodistas. Pero también yo creo -y eso habría que estudiarlo- que a veces si uno se pone en situación de cuáles son las características del medio; qué hacen que determinados momentos de la historia tengan características específicas. Me parece que lo que tiene como específico la digitalización es una profunda profundización del binarismo ideológico; no porque no existiera antes. Pero digo, más que nunca se quiebra con este tema clásico de la seudo objetividad del periodismo, para entrar en una cuestión de polarizaciones muy fuertes en todos lados; es una cosa y su contrario. En el medio no hay nada. Y que ni siquiera hay la voluntad de ver cuál es el hecho específico, el dato específico.

Vale, en esta especie de compulsa, tergiversar los datos de cualquier forma, solamente para tener razón. Entonces, me parece que, por un lado, el lenguaje binario que sostiene la plataforma y, por otro lado, la conformación de comunidades homogéneas que generan minorías intensas lo que terminan siendo es que determinados grupos se autoperciban como mayoritarios.

Después vienen las sorpresas. ¿Cómo gana Trump? ¿En qué momento ganó Trump si el mundo es demócrata? No el mundo de los universitarios blancos que tienen acceso a determinadas cosas, ahí las encuestas daban que ganaba Trump. Y esto es histórico. Hace 30 años cuando nosotros hacíamos encuestas en las reacciones mediáticas, en períodos electorales, generalmente los periodistas votaban absolutas minorías. Nunca estaban en el lugar. Y pasa lo mismo en las academias. En general, es bastante raro que la Academia tenga un posicionamiento medianamente cercano a lo que termina votando una ciudadanía, en específico.

Me parece que muchas veces está ese sesgo. Ayer pasó una cosa muy interesante en mi universidad en Buenos Aires. Una colega está organizando con muy buena voluntad los 40 años de la guerra de Malvinas. Un debate con colegas británicos. Y, de buena voluntad yo creo, puso el título en castellano “Repensando Malvinas”, y lo réplica en inglés, pero con la palabra Falkland. Y se armó un escándalo porque era como inadmisible para algunos el uso de esa palabra, que yo creo que es poco feliz, porque realmente es como conceder algo que nosotros tenemos, que creemos que las islas son nuestras. Entonces, concederles el nombre es como concederles territorialmente, en forma simbólica.

Pero no me parece que eso dé para insultar a la colega, ni tampoco me parece que dé para que alguien que crea que tiene una mente abierta, que puede conceder usar la palabra Falkland, decirle fascista al otro porque le caiga mal, porque estuvo en la guerra.

Se generan posturas irreconciliables, y donde lo que importa es voy a sostener a morir esto que yo vine a decir, y no voy a escuchar a nadie más. Creo que después termina en situaciones violentas. También es como una olla de presión, una cuestión de un exceso de corrección política que no permite ni el chiste. Llega un momento que termina pasándolo de vuelta.

De tanto estar formalmente encorsetado, de no poder tener una postura gris, porque tiene que ser o blanca o negra; no hay posibilidad de gris, ni mucho menos de colores, entonces me parece que el lenguaje genera esta cuestión binaria.

Y, por otro lado, no es solamente el lenguaje, sino que también es esta lógica de si en realidad yo puedo generar clics poniendo una foto absurda de cualquiera, qué me importa que el dato de eso no es el dato y es mucho más barato y para qué voy a invertir en eso. Yo creo que en algún momento va a pasar que no va a haber público para los clips, y van a tener que repensar en serio de cómo se organiza la información para que sea atractiva para la sociedad.

¿Cómo miras la industria mediática de la información de aquí a unos cinco años, en lo regional?

Me parece que está complicado el asunto, porque en la medida en que se sostenga esta lógica de “mientras sea rentable y tenga clics vale cualquier cosa”, entonces vale el escándalo, vale el insulto, vale la mentira, vale deshonrar a las personas sin ninguna prueba, vale cualquier cosa. El público se va alejando. Después se vuelve muy difícil, yo creo, lograr que vuelva.

Entonces, me parece que también genera una oportunidad que es armar una cosa nueva. A mí no me gusta hablar de periodismo en los últimos años. Hay un viejo video en YouTube, más o menos, de los 80. Una imagen muy espectacular de fines de los 80, que en un estacionamiento en Estados Unidos, no me acuerdo en qué ciudad, un auto puso marcha atrás y quedó colgando en un tercer o cuarto nivel, y quedó hamacándose entre el vacío y el estacionamiento.  Es muy espectacular, y yo me acuerdo que lo vi, hace no tanto; hará unos cinco años. ¡Qué raro en esa ciudad, qué autos tan antiguos! En realidad, no es que eran los autos antiguos. Era un video viejo y que por el criterio de espectacularización, volvía a ponerse en público, volvía viralizarse.

Cuando viralizan, la gente no mira las fechas y da igual. Entonces, vivimos en una especie de atemporalidad, donde la instantaneidad se genera o porque el suceso efectivamente está sucediendo mientras yo lo relato, o porque cobra valor por alguna otra razón como puede ser la espectacularización, y entonces se vuelve presente continuo.

En ese contexto de presente continuo, me parece que hablar de periodismo no define la actividad. Me parece que estaría bien empezar a pensar en lógica de recepción de la información que profesionaliza cuáles son aquellos datos que la sociedad necesita para tomar decisiones, de orden político, económico, social, cultural. A mí me gusta pensarlo así.

Y ahí tiene mucha relación con todo el tema de gestión de información, como tú lo has dicho, y gestión también de información pública. Lo que sería público, lo que no es público, lo que no debería interesar al público.

Lila, muchísimas gracias por tu tiempo. Nos dejas con unas inquietudes y con una perspectiva muy interesante con esto final de cómo cambiar el periodismo, si es que lo podemos cambiar. O si es que se podría seguir llamando periodismo, como lo has dicho.

Solamente, para terminar. Yo sé que eres futbolera. ¿Cuál es la relación entre información, fútbol y comunicación?

Hay como una especie también, en este contexto de barras bravas, hay como una especie de patoterismo cuando estas barras bravas se ponen violentas. Nada que hacer; como una acción de patotas.

Me parece que el periodismo se ha vuelto patotero. Es como que se involuciona. No me parece casual que estemos volviendo a discutir una cosa que estaba cerrada acerca de la redondez o la planicie de la Tierra. O sea, en el 2022 estemos discutiendo si la tierra es redonda o plana, a mí no me parece un dato menor, mientras tenemos inteligencia artificial, podemos suplantar con una simple impresora 3D una extremidad faltante.

Mientras ocurre todo eso y la ciencia avanza, vamos a discusiones del Medioevo. Entonces, me parece que hay algo ahí en el medio que no tiene que ver solamente con el periodismo y con la comunicación. Tiene que ver con que casi los equipos de fútbol se vuelven representativos; son como los que permiten generar una guerra lúdica, pero a veces terminan con muertos.

Ponen en escena este ejercicio binario de la violencia, y que luego se replica en guerras que parecen joysticks, y que no se toma dimensión mientras alguien está tuiteando en una computadora, encerrado en un cuarto y levantando la puesta, literalmente terminando con la primavera árabe.

Entonces, lo que digo es que me parece que no hay demasiada dimensión entre el mapa y el territorio, y que muchas veces quienes toman decisiones sólo ven el mapa; desconocen absolutamente el territorio, y después vienen las sorpresas. Y a veces hay algunos que son más astutos, como Trump, y miran un poco más el territorio, y dicen, es por aquí. No es solamente algoritmo y Twitter.

Me parece que tenemos un trabajo enorme para hacer, estudiar y analizar. Y para salir de la zona de confort. Hay trolls en todas partes. En un estudio que hicimos con Mariana Aguilar, para su tesis de maestría, simplemente armando un bosque nos permitía barrer los foros de comentarios de distintos medios, en distintas secciones, en distintos horarios, y nos dimos cuenta de que la mayoría de los comentarios provenían de usuarios reconocidos y están logeados dentro de los medios, que tenía seguidores que tenía gente que discutían acaloradamente por el mero hecho de hacerlo.

Ahí hay una posibilidad de ver cómo se interactúa en una sociedad que está encerrada en distintas islas de pensamiento único, que no tiene capacidad de diálogo, donde la creencia se pone a cualquier forma argumental. La mayoría de las intervenciones públicas de quien sea suelen empezar con “yo creo que”. Y hay cosas que no son de fe. No tiene que ver con lo que yo crea, lo que falla un tribunal, si una persona se suicidó o la asesinaron, no es lo mismo. Hay allí una batería de herramientas científicas que permiten determinarlo y, sin embargo, el que cree va a profundizar su creencia y se va a oponer de una manera bastante violenta a los demás.

Tenemos mucho para hacer, no solamente para dar funcionamiento de medios, sino para ver hacia dónde va una sociedad que es muy pobre en discursos políticamente correctos; es tan violenta.

Efectivamente, lo mismo que cuentas nos ocurre por acá. En los últimos días también han ocurrido acciones violentas entre políticos hacia medios; entre políticos. Vivimos esta cultura de las barras bravas, y de lo que dices de la patota.

Hay varios spots publicitarios acá en Argentina, donde muestran, perfilan al hincha de fútbol como alguien que de repente insulta a un técnico y de repente cuando el equipo hace un gol dice, pero que no se vaya nunca. Esa bipolaridad constante también es peligrosa, y eso también ocurre y ocurrió muy claramente con los agentes de salud en pandemia.

Las primeras semanas de encierro, a las 21h00, salíamos aquí todos a aplaudir al personal médico y paramédico que nos estaba salvando la vida. Y a los tres meses, ya les pegaban en las guardias, porque se querían ir porque se querían ir, porque suponía que porque alguien quisiera que se terminara la pandemia, se iba a terminar. Y hacían que se generara esa bipolaridad, casi como en una cancha de fútbol. Esa cosa de odio a Messi, pero cuando hace el gol. Cuando eso atraviesa toda la sociedad y además desde la comunicación se fomenta.

Hay una cuestión donde la creencia borra cualquier forma de racionalidad. Yo no digo que hay que volver al iluminismo, pero me parece que el Medioevo nos está haciendo muy mal. Y un Medioevo tan masivo e instantáneo.

Un Medioevo viralizado.

Así es.

Muchísimas gracias, Lila. Un placer conversar contigo. Y en próximos meses de esperemos poder contar contigo acá personalmente, en el Ecuador o vernos próximamente. Hemos visto varios tópicos, e incluso hemos visto la faceta futbolera de Lila.