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Michael Handelsman: Ecuador y América Latina no son espacios locales

22 de julio, 2015

Raúl Serrano Sánchez
Editor de Kipus: revista andina de letras

Transcripción Silvia Coral
Periodista de Relaciones Públicas

 

En tu obra señala que las literaturas pequeñas están en busca de sus lectores interculturales, ¿cómo definir esta idea de “literatura pequeña” del Ecuador en el contexto latinoamericano actual?
Hay toda una polémica de dónde situamos a la literatura latinoamericana frente a otras literaturas de otros lugares, principalmente Europa y Estados Unidos. La idea de literaturas pequeñas viene de Kafka, que habló de eso hace 60 ó 70 años. El editor español, Ignacio Echevarría, que vino a Ecuador a la feria del libro de Quito hace dos años, retomó esa idea y trató de problematizar esa tendencia que se da en parte de muchos jóvenes latinoamericanos: esa necesidad de llegar a otros ámbitos, y en ese afán hay una tendencia a desbancar a los medios locales. Yo retomo esa preocupación y trato de resaltar, desde mi realidad, desde Estados Unidos, que lo de pequeño es muy relativo; lógicamente Ignacio habla de países pequeños en cuanto a su población mas no de calidad; sin embargo, lo que yo trato de demostrar es que Ecuador y América Latina no son espacios locales, sino la historia, el pensamiento todo existe acá. Entonces, trato de partir de varios textos de la literatura ecuatoriana para entrar en un debate que va mucho más allá de las fronteras.

Con esta visión de las literaturas menores es interesante entender ¿qué ocurre con nuestra literatura y con autores como Pablo Palacio?
En cierta forma el concepto mismo de literaturas pequeñas, traducidas a una valoración de calidad, es parte de esas historias coloniales. Pablo Palacio, en su época, no recibió la atención transnacional que recibieron otros autores, pero eso es debido a un problema de distribución, influencias del mercado de afuera, etc. La calidad de Pablo Palacio hay que definirla y entenderla desde el espacio en el cual escribió; entonces, como trato de demostrar, en uno de sus cuentos famosos (La doble y única mujer) es que por más pequeña que la literatura ecuatoriana sea, Palacio nos ayuda a deconstruir toda una tradición homofóbica y sexista a partir de su representación de la mujer, la mujer como monstruo; pero lógicamente es una gran paradoja, una gran ironía para desmantelar diferentes estatutos y estructuras coloniales.

A propósito de Palacio, en este cuento Una doble y única mujer, usted apuesta por algo interesante en la construcción de este personaje, pues lo que subyace es una posible condición homosexual y lo diferencia incluso de lo gay en la visión posmoderna que se tiene del término. ¿Qué te llevó a dar con esta interpretación?
Para los lectores siempre es un desafío encontrar un equilibrio entre dos tiempos y dos espacios: el tiempo en el cual se escribió la obra, y el tiempo en el cual se está leyendo esa obra; el espacio en el cual se hizo la obra y el espacio en el cual se la está leyendo. Creo que viendo la obra de Palacio, 80 años después, ha trascendido muchos conceptos que nos ayudan a volver al año 27 del siglo XX, y nos ayuda a resignificar ciertos conceptos que tal vez Palacio ya había sembrado, pero debido a las limitaciones de la época los lectores no pudieron o no quisieron ver ese cuestionamiento e interpretaciones de la realidad de ese momento. Lógicamente, no queremos sacar a Palacio de su época, pero no podemos tampoco salirnos nosotros de la nuestra; me parece un juego muy interesante y arriesgado, pero creo que si nosotros nos anclamos en el texto para sustentar nuestro análisis entonces establecemos ese equilibrio. Ahora, el tema homosexual es muy visible en la obra de Palacio, especialmente en el, cuento muy famoso, Un hombre muerto a puntapiés, y en Una doble y única mujer, cuyo título es muy sugerente. Dos mujeres, pero es una; pero la mujer como construcción social, la mujer como una figura biológica. Ya con los conceptos que tenemos a nuestra disposición para analizar fue bastante lógico mirar la cuestión de género y la cuestión de preferencia sexual y homosexualidad como dos posibilidades. Es una doble y única lectura, o dos lecturas de una realidad múltiple que Palacio estaba tratando de dilucidar.

Tú mencionaste una palabra, cuando has hecho esta interpretación de Palacio,“riesgoso”. Destaco en tus ensayos ese nivel de riesgo que llegas a asumir en tus juicios y reflexiones. A veces se tiene una idea, un poco polémica, quizás por el temor a equivocarse, de rehuir a los riesgos; pero sucede que arriesgar, a la hora de interpretar y enjuiciar un texto, es lo que realmente genera una propuesta crítica.
Lo que yo trato de descifrar en mi propio acercamiento con la literatura ecuatoriana y con la literatura latinoamericana, es que tengo que asumir una posición y mi posicionamiento está arraigado en mi realidad desde los Estados Unidos; pero por una serie de circunstancias en los últimos años he tenido la oportunidad de convivir y colaborar con latinoamericanos, y más específicamente con ecuatorianos; entonces, yo creo que ese espíritu de diálogo y de convivencia me ha permitido adentrarme un poco más en ciertas temáticas para entrar en ese proceso de descolonización, no como un observador sino como un partícipe. Eso me parece muy importante. Lo que me da mucha satisfacción con este libro es que, en cierta forma, esa lectura decolonial que anuncio en el título, en realidad, se refiere a mi lectura, a mi acercamiento con el Ecuador. Hablando con los ecuatorianos me han hecho ver la necesidad de utilizar saberes de este medio para liberarme de todos los estatutos y estructuras coloniales que nosotros también hemos heredado desde una posición de poder. Ahora, si los lectores ven algunos puntos compartidos, en buena hora.

En la sección “Raza y etnicidad”, hay dos ensayos dedicados a dos autores clave de nuestra tradición literaria: Nelson Estupiñán Bass y Antonio Preciado. Has hecho una serie de estudios interpelando lo que ha significado en nuestra sociedad y cultura la presencia de la cultura y el pueblo afro. En el caso de Estupiñán Bass hay un par de interrogantes donde queda en evidencia cómo un intelectual que –por determinadas condiciones sociales– tiene que mediar con la cultura hegemónica. ¿Qué te lleva a pensar que esta mediación haya significado un desplazamiento de ciertos compromisos o vínculos con su propio entorno afro?
Mi propósito fue demostrar que cuando hablamos de lo afro, tenemos que poner a un lado esos tópicos y características trilladas, no porque no existan sino porque hay que hacer un acercamiento más profundo, y creo que los escritores afrodescendientes constantemente confrontan una serie de tensiones. Estupiñán Bass, un hombre profundamente comprometido con sus orígenes, con su provincia, es un escritor que escribe desde la llamada ciudad letrada y ésta lo recibe y lo acerca como la voz de los afroesmeraldeños. Eso es problemático, porque una sola persona no puede ser la voz de una comunidad. Entonces, en cierta manera, Estupiñán está consciente de esa tensión y yo trato de demostrar que esa tensión es precisamente lo que le da a Nelson, y a otros escritores afrodescendientes, su universalidad; porque es la misma lucha existencial que todos los escritores tienen que confrontar.
 
Lo curioso y lo que me llama la atención en América Latina, es que el calificativo afro se interpreta como una minimización y ¿por qué lo afro no es un calificativo universal? Es decir un individuo con una experiencia, orígenes e historia afro no está separándose del mundo, pues eso es su entrada al mundo, por tanto no existe una posición de superioridad. Quizá en términos de la política y la estructura colonial sí, pero en términos de la existencia humana, uno vive, analiza, comenta, experimenta su mundo desde sus experiencias. En cierta forma, creo que ese concepto de complementariedad es lo que apunta a la interculturalidad; no una interculturalidad como para absorber a todos y homogenizarlos, lo que trato de demostrar tanto en el texto de Estupiñán Bass como en el dedicado a Antonio Preciado, son esas tensiones, esos conflictos, y creo que al sensibilizarnos ante esas tensiones vivenciales descubrimos una destreza, calidad artística que no se ha reconocido.

En el ensayo dedicado a Antonio Preciado, señalas cómo él debe vivir esa tensión porque no quiere ser reconocido únicamente como un poeta afro...
No se trata de culpar a Preciado cuando él dice que no es poeta afro. Dice que es poeta. De alguna forma, según su experiencia, al dejar de escribir como poeta afro se está imaginando la obra, pero lo que trato de demostrar es que esas raíces y orígenes son ineludibles y si él insiste en borrar esa herencia entonces en lugar de ser poeta de afirmaciones es poeta de negaciones. Lo curioso es que cuando uno lee su obra durante sus 50 años de producción, de una forma u otra, lo afro está presente pero no en el sentido superficial de figuras onomatopéyicas, eso fue en su época de joven. En Preciado hay una gran problematización de los orígenes, y habla del pasado no necesariamente de una manera obvia, hay una superación en su poesía pero no por haber abandonado su mundo, sino por haber llegado a un nivel de complejidad donde lo afro es el motor de mucho de lo que dice Preciado.

Lo más interesante del poema Yo y mi sangre, es que el autor se autointerpela en el sentido de que cuando reconoce la presencia de una nieta –que va a establecer otra dimensión del mestizaje como un territorio de nuevas conflictividades– el sujeto lírico se pregunta qué va a pasar con su legado, con su herencia afro, si su nieta, en algún momento, será parte de un colectivo o de una realidad étnica diferente.
Es una gran preocupación de todos los que están tratando de recuperar la memoria colectiva; en ese trabajo de recuperación ¿qué pasará cuando la población afro despierte a sus ancestros? No lo dice abiertamente, pero Preciado dice que ya es tiempo de superar esas cuestiones de la sangre cuando se ve como abuelo y tiene que enfrentar ese problema.

En la tercera sección de su libro “Identidad y plurinacionalidad”, hay un ensayo que cierra el volumen que nos lleva a preguntarte, ¿cómo se ha logrado avanzar en esta idea de construir, en sociedades como la ecuatoriana o la boliviana, ese proyecto civilizatorio que lo diferencias bien como un proyecto “otro”?
Es un proceso de mi participación dentro de la descolonización. Trato de retomar una serie de conceptos o estrategias nacidos aquí, en la región andina, en Ecuador, desde los movimientos indígenas y afrodescendientes. Esas poblaciones hasta ahora marginadas, luego de 1990 emergen con fuerza para transformar las estructuras tradicionales.
 
Me ha resultado una obsesión ver cómo puedo aprender de esas propuestas y aplicarlas a mi propia manera de entender el mundo; es una reafirmación de la centralidad de lo que está ocurriendo en América Latina, más concretamente en la región andina ecuatoriana. Qué significa leer, desde esos conceptos o propuestas del movimiento indígena, la interculturalidad, la plurinacionalidad, tratando de resignificar los conceptos mismos que siempre utilizamos pero ya interpelados. Trato de demostrar que estamos viviendo una crisis mundial económica, política, etc. Hay propuestas pero vienen de poblaciones y comunidades que hasta ahora nadie ha querido aceptar como protagonistas de la historia. Es ahí donde arranco con este estudio, es decir América Latina como un centro de construcción de nuevas propuestas que son milenarias. La idea no es volver al siglo XV, sería absurdo.

Esta denominación del “buen vivir” está inserta en una tradición latinoamericana, que, a la vez, pone en cuestionamiento ciertas propuestas llegadas de Europa y que aportaron a algunos procesos de luchas políticas de América Latina, como la utopía socialista, pero que acá se particulariza. Tú subrayas esta denominación como una visión ancestral del pueblo. Eso ha significado, desde la lectura de estos ensayos, ¿poner en juego una nueva mirada de “la crítica alternativa” frente a la critica que ha dominado en América Latina y que parte de la visión de la ciudad letrada?
Todas esas propuestas como el buen vivir, la interculturalidad y la plurinacionalidad, en realidad son una especie de convocatoria para repensar conceptos y progresos, pero desde esos espacios que podemos llamar reales, porque ahí no está la academia ni el mundo letrado, pero como estamos tratando de visivilizar esos centros de la ciudad real que también tienen pensamiento, tradiciones epistémicas diferentes, por supuesto. Desde muchos sentidos nuestra epistemología ha fracasado, entonces ¿qué pasa cuando ponemos en diálogo la ciudad letrada con la ciudad real, qué pasa cuando leemos a Preciado o Estupiñán y ponemos sus textos en diálogo con Juan García o con los procesos de la comunidad o la comarca?, hay otra lectura. Es decir, cuando el abuelo Zenón (abuelo del investigador Juan García) demuestra toda su sabiduría ancestral y memoria colectiva, y leemos las representaciones de los poetas modernos afros y letrados en diálogo con el abuelo Zenón, creo que nosotros, como lectores, tenemos que comenzar a hacer otras preguntas distintas. Ahí comenzamos a descubrir nuevas posibilidades de entender y construir nuevos imaginarios, claro que es muy complicado porque hay una gran diferencia entre discurso y práctica, y hay muchas tensiones de por medio al desarticular ideas y tradiciones; pero a pesar de eso, lo que pretendo en este libro es tratar de enriquecer mi manera de leer y alimentarme de algunas de estas propuestas que vienen de los movimientos sociales, tanto de los movimientos indígenas como de los afrodescendientes.

El escritor y académico Michael Handelsman, conocido en el Ecuador por sus trabajos de crítica literaria, hace poco participó en un seminario del doctorado en Literatura Latinoamericana en el Área de Letras de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, oportunidad que le permitió presentar su más reciente libro, Género, raza y nación en la literatura ecuatoriana: hacia una lectura decolonial, publicado en Barcelona en 2011 por Guaraguao.

Varios son los trabajos que ha realizado el profesor Handelsman como investigador y crítico literario, ocupándose principalmente de la narrativa de los 70, de la escritura de las mujeres en el Ecuador, del pensamiento y la obra del maestro Benjamín Carrión y, posteriormente, del modernismo y las revistas que se editaron en ese tiempo.
 
Desde 1976, Handelsman se desempeña como docente de la Universidad de Tennessee. También es profesor honorario de la Universidad Andina Simón Bolívar y docente en los programas de Doctorado en Estudios Culturales Latinoamericanos y Literatura Latinoamericana.

¿Cuál es el eje temático, a partir de lo que propones con el título de este libro, que además es muy sugerente, y que te ha permitido desarrollar una nueva perspectiva de acercamiento y de reflexión sobre algunos textos claves de nuestra tradición literaria?
Efectivamente hay tres ejes temáticos que son el género, la raza y la nación; lo que yo trato de hacer en estos ocho ensayos, distintos, sobre estos temas, es ver la representación del género, la raza y la nación como una construcción desde una historia con experiencias coloniales, y analizar cómo los autores ecuatorianos tratan de deconstruir esas estructuras coloniales a partir de las mujeres, las diferentes razas y la nación. Entonces, el desafío fue demostrar cómo la literatura ecuatoriana participa en todo un proceso latinoamericano de descolonización.