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Estancias, escritura sin guantes y con el cuerpo. El último libro de Alicia Ortega

2 de febrero, 2023

Espacios, afectos y objetos se entretejen en Estancias, el reciente libro publicado por Alicia Ortega, docente del Área de Letras y Estudios Culturales de la Universidad Andina Simón Bolívar. Con el subtítulo Escritos de una posnerd en confinamiento, la autora sitúa al lector en el contexto: un libro surgido desde la primera etapa de la pandemia.

A lo largo de 214 páginas, el lector viaja entre el testimonio, la autobiografía, la fabulación y el ensayo. Surca por entre las lecturas, la crítica literaria y la memoria, al tiempo que revive la necesidad de sobrevivir al encierro, al miedo, a los duelos.

Incluso, de la mano de un mapa a escala que realizó el cartógrafo José Andrés Tupiza, e intervenido por la ilustradora Pollet Zapata, el lector puede seguir las caminatas que Ortega realizó en Quito, junto a sus dos perros, y las estancias que visitó, en medio de rituales y protocolos de bioseguridad.

A propósito de su libro, presentamos una entrevista con Alicia Ortega.

Tu libro se titula Estancias. Esa estancia como un sitio físico, pero también como espacio emocional. Y también las relaciones que tenemos con esos espacios. ¿Cómo determinaste escribir sobre esto?

Esta es una escritura que nace de un contexto pandémico, que nos afecta a todos por igual, porque supuso un cambio profundo en la forma cómo nos relacionamos con los demás y con nuestros espacios.

Estar confinada me obligó –como a todas y a todos- a estar en el encierro, en un estado de vulnerabilidad. Te sientes frágil. Nos llenamos de miedos por nosotras y por los demás.

Entonces, se genera una serie de imaginarios apocalípticos. El mundo, las calles vacías te hacían ver cómo estas escenas en las que nuestra sensibilidad se ha educado: escenas cinematográficas y literarias de este mundo vacío, apocalíptico, en donde nos enfrentamos a la destrucción.

Y bueno, yo misma, atravesando crisis personales. Entonces, ante eso, lo que yo hice fue sentarme y mirar mi espacio más inmediato. Y entra la escritura como una herramienta, como un dispositivo de sostenimiento.

Cuando entramos en una crisis, nos desagregamos, nos descomponemos, nos rompemos. De hecho, es parte de nuestro lenguaje coloquial. Decimos: “me siento rota”, “me siento hecha pedazos”. Pero creo que ese lenguaje tan hecho y tan coloquial expresa una realidad. Es que nos fragmentamos, nos rompemos. Nos deshacemos.

En un momento dices “yo y mis partes”

Yo y mis partes. Claro, porque te sientes rota. Sientes que te estás perdiendo. La escritura, en mi caso me permitió tejer esos pedazos y volverlos a coser. Nunca volvemos a ser las mismas. Supongo que siempre hay una ganancia de atravesar el dolor.

Yo experimenté una mudanza en ese momento. Salir de una estancia para llegar a otra me puso en estado de observación, de contemplación y de rememoración. Por eso digo: con un ojo miro lo que tengo de frente en el presente. Y con el otro, lo que tengo atrás, que es el pasado cercano, distante. Se me impuso una imagen, como de una mirada estrábica, y esa escritura se fue fraguando como en esa disociación de esas dos miradas, como de contrapunto.

Se me impuso describir el espacio inmediato presente que se iba construyendo en el espacio del encierro. Yo y mi entorno. Los objetos, las plantas, mis animales. En ese momento estaba en un espacio muy pequeñito que no tenía ventana a la calle. Entonces, nunca había tomado conciencia de lo que significa tener una ventana a la calle. Porque en situaciones de normalidad entramos y salimos. Pero en el encierro sí hace falta.

"Le aposté a escribir sin guantes"

Y también se me impuso mucho traer a la escritura lo que estaba dejando. Pero hacerlo mío, seguir jugando con la idea de la pertenencia, aunque no lo tengas contigo físicamente, pero lo tienes en el recuerdo. Es parte de ti. Me sigue habitando ese espacio.

Y ese ejercicio –y eso no estuvo premeditado- también me llevó a recordar otras estancias del pasado. De mi infancia, entró Guayaquil, la casa en la que nací. La casa vieja, la primera infancia. Luego, la casa de mi adolescencia en el barrio Centenario de Guayaquil. Otras estancias de viajes que fui haciendo en mi temprana adultez. Mi paso por Moscú. Un paso largo de seis años. Varias estancias allí. Quito, mi llegada a Quito, los lugares en donde habité. Luego los estudios que hice afuera, en Pittsburgh.

Pero ese atravesar las estancias en el recuerdo y en la escritura lo que en realidad provocó en mí es juntar, porque se me impuso también volver sobre los espacios. Significa volver sobre los afectos que te han acompañado en esos espacios. Volver sobre los objetos y las pertenencias. Todo lo que tiene que ver con la cultura material, porque la vida es eso. O sea, la gente a la que amas, con la que vives, con la que convives, pero también las cosas que te sostienen esa vida. Los objetos cargados de valor simbólico.

En el libro hablas de los sitios físicos, los objetos, pero también de los afectos.

Esta escritura quiere entretejer espacios, afectos, objetos. Y todo eso para pensar el habitar, los caminos y recorridos, porque habitamos diferentes espacios.

Vuelvo a tu pregunta inicial. Estancias tienen este doble componente. Es un cronotopo, porque significa el espacio de nuestro habitar, pero al mismo tiempo, el tiempo de ese habitar. Hay estancias cortas y estancias largas. Entramos y salimos de esos lugares, de esas nuestras estancias.

En esas estancias vivimos con otras personas. Cuidamos de otras personas. Compartimos esos espacios con nuestros animales, con nuestras plantas. Entonces, esta escritura lo que quiso es rememorar las diferentes estancias de mi habitar.

Los objetos, por un lado, son materia pura; de madera, de tela. Tienen diferentes materias. Pero el valor, lo que nos conecta con esos objetos, lo que hace que se distingue de otros, lo que se convierta en algo nuestro, es porque –como sucede con el espacio- son contenedores de memorias. Son contenedores de relatos.

Nos importa guardar esos objetos; preservarlos, cuidarlos, mostrarlos. Tenemos allí visibles en nuestros espacios, porque son importantes para nosotros. Son importantes, porque nos lleva a un momento, a una experiencia, a un recuerdo. Nos conectan con alguien, la persona que te lo regaló. O lo compraste en un lugar donde estuviste de vacaciones.

Y el momento que tú sales de una estancia y vas a otra, vas cargando esos objetos. Pero también olvidando o perdiendo otros.

Justo así inicia el libro. El primer capítulo es una suerte de arte poética de lo que para mí es una estancia, de lo que significa salir de una estancia y llegar a otra. No puedes llevar nunca todo contigo. Algo se queda, algo dejas, algo regalas, algo olvidas. Algo se va destruyendo por la acción del tiempo. O a veces te llevas un pedazo de ese objeto. Entonces, claro, siempre son dolorosas también las salidas de una estancia. Si hay un reparto, tienes que dejar algo que considerabas tuyo.

"No puedes hablar de un espacio si omites o silencias los afectos de los que ese espacio está cargado"

Esa escritura no es sino la reflexión de esa experiencia. Tiene una carga testimonial, autobiográfica. Hay algo de melancolía. Tiene una carga también de reflexión teórica, porque uno de los cursos que más he amado enseñar acá es el curso más antiguo que lo di durante más de 20 años, que es sobre espacios. El curso se titula “Espacios, migración y violencia”.

El tema de la espacialidad de la cultura siempre me interesó. De hecho, en algún momento hice una antología sobre el cuento en Quito y de cómo entra Quito en la escritura.

Me di cuenta de que el momento de entrar a esta escritura, todas esas lecturas también entraron. Por eso lo considero un libro andrógino, porque me resulta difícil ponerle un membrete genérico. Participa la novela. Hay momentos de fabulación, de invención, de imaginación creativa.

Cada entrada es una escritura con una unidad completa. No lo escribí en el orden como aparece, sino que es un trabajo ya de composición, de organización. Es un libro que participa de muchos registros discursivos; participa el testimonio, la autobiografía, del novelar, del fabular, del imaginar, y de la escritura ensayística también.

¿Hasta qué punto es testimonio, hasta qué punto es personal?

Bueno, ahí estoy yo de cuerpo entero. Es una escritura encarnada, hecha con el cuerpo, con mi cuerpo. De hecho, hay una entrada que se titula Órganos, porque esa experiencia de la que hablábamos al inicio, como de dolor, de miedo siempre nos pasa factura al cuerpo. El cuerpo reacciona. El cuerpo entristecido es un cuerpo que se enferma, que somatiza.

Cuando tú te enfrentas a una experiencia nueva, es una experiencia como un poco pesadillezca que te da temor, porque sientes que hay muchas cosas que estás perdiendo, y hay muchas vidas que estás perdiendo. Es un momento de pérdidas, de miedos. Todo lo que atravesamos.

Yo sentía que lo que te permite no caer en la depresión o la locura es ver qué tengo. Me tengo a mí, y hay un principio real. Entonces, mi rostro, mi cuerpo.

También fue mucho pensar mi cuerpo, pensar mis órganos y llevar todo eso a la escritura. Supongo que también era una posibilidad de sostenimiento, de acompañamiento. La escritura se transformó inmediatamente en endorfina para mi cuerpo. También en una motivación. De pronto también es una pasión.

A lo largo de cada una de las entradas hablas del duelo. Y creo que es lo que tú estás diciendo. El momento que todos vivíamos. Que tú estabas viviendo. ¿Y quizás esa escritura te permitió no solo salir de ese duelo, sino de otros duelos?

Sí, porque la escritura me permitió coser, juntar los pedazos, recomponerlos. Y ahí viene el papel de la imaginación. La imaginación es una forma de conocimiento, de posesión.

Esta escritura me permitió reimaginar el mundo o reinventar mi propia vida, que al final no es solo mi vida. Es testimonio de un presente, un contexto pandémico. Una escritura muy atravesada por la experiencia de la pandemia, por la experiencia de varios duelos, de varias pérdidas, de una mudanza.

Pero también llevé a la escritura otras cosas: mis lecturas. Entró con mucha fuerza mi experiencia en Moscú, por ejemplo. Y entonces, qué entra cuando entra Moscú. Entra la maternidad, entra el parto. Entra la ciudad de Moscú como tal y todo lo que significó la experiencia de la Perestroika, que no es poca cosa lo que fue en términos simbólicos la caída del Muro de Berlín y la transformación geopolítica del mundo. Es la conciencia de haber atravesado eso. Experiencias muy concretas. La aparición del primer McDonalds. Haber hecho esa cola, y luego pensar qué pasó ahí, qué se estuvo moviendo. Verlo, digamos, como 30 años después es una experiencia rica.

Pero, además, nunca recordamos de la misma manera un mismo episodio...

Claro, lo que interesa es cómo se presentiza ese hecho en el presente pandémico de mi escritura. Esos recuerdos. Y de paso, lo que iba sucediendo es que también volvía a la lectura. Por ejemplo, Bulgákov. Entonces, recordé la experiencia de ir al edificio donde vivió Bulgákov y volví a la lectura de El maestro y Margarita para llevar a la escritura.

O volví, por ejemplo, sobre los diarios de Benjamin en Moscú. No solamente es la experiencia de vivir en Moscú. Es recordarla 30 años después, en un contexto concreto, a la luz de lo que ahora somos.

"Este libro entreteje espacios, afectos, cuerpo, objetos, memoria, lecturas"

Como norma social nos dicen que hay cosas que no se deben contar, porque son casa adentro, de la vida personal, del pudor, de lo moral. Pero tú llegas y rompes con todo eso.

Sí. Se me impuso. Honestamente, muy al inicio, no tenía la claridad de lo que iba a hacer. Muy pronto sí tuve claridad; iba visualizando un proyecto de libro, un proyecto literario. Que también, por cierto, está muy atravesado en su propuesta de lecturas que para mí han sido fundamentales. La nave de los locos de Cristina Peri Rossi. Es decir, hay una serie de textos escritos por mujeres ecuatorianas, latinoamericanas que ahí las voy nombrando, que trabajan una forma de novela también híbrida. Entran noticias periodísticas, entra el diario, la imaginación fabuladora.

Y es cierto. A mí nunca me dio pudor mientras escribía, pero sí me dio un pequeño vértigo, pero que me duró poco, el día de la presentación en Quito. Dije, esto sí que va a ser leído por otras personas. Pero nada. Creo que le aposté a escribir sin guantes. Como a poner el cuerpo, a llevar la experiencia. Por lo menos, de lo que para mí era fundamental hablar, y me parece que es fundamental hablar de nuestro cuerpo, de nuestras sexualidades también.

También hay una poética del amor lésbico, y de mis propias opciones. Mi propia hija. Como apuesta de escritura, de una experiencia vital, no puedes hablar de un espacio si omites o silencias los afectos de los que ese espacio está cargado.

Y entonces, entra mi relación con María; entra mi relación con Ale, mi hija. Entran mis padres, porque tienen que ver con estos núcleos de la vida que son las experiencias que nos atraviesan. Y, además, son experiencias corporales.

También entra aquello que las familias quieren contar o no contar…

Algo que he venido pensando últimamente es que la familia es quien más te conoce en un sentido, y también quien menos te conoce. Cuando tú te encuentras en esos espacios familiares, siempre aparecen relatos y anécdotas que quizás tus amigos no los conocen. Y se crea esa sensación de familiaridad. Las travesuras, las navidades, las fiestas, las celebraciones. Siempre hay una memoria familiar, que no es corta. Son algunos años, hasta el momento en que tú elaboras el corte. Lo que a mí me ocurrió.

Yo corté con una serie de patrones familiares, cuando me fui a Moscú. Y fui elaborando a lo largo de mi vida una serie de elecciones que siempre supusieron la ruptura de muchas formas de pensar con respecto a todo. Con respecto a la política, con respecto a la familia, con respecto a la pareja, en relación a lo que heredas de tu familia. Del buen vivir.

Entonces, por un lado, sí, la familia sabe mucho. Pero también eso me hizo pensar que esa soy yo y la que fui. Por eso, eso de las partes que también está muy atravesado por la poesía de Alejandra Pizarnik. Ella trabaja en algunos poemas esto de yo y la que fui. Yo y las otras.

Tú no te deshaces de ellas. Ellas te siguen. Esas otras Alicias. Pero también hay una gran parte de ti que, ya luego es más que esos 20 años, que ya la familia no lo sabe. Y no te conoce. Incluso los más allegados, tus propios padres, tu propia madre. Tienen un recuerdo de lo que tú eras. Pero luego hay un tremendo desconocimiento, porque además te alejas, haces cortes familiares, luego vuelves. Luego van compartiendo, van saliendo cosas.

Aquello es un relato de unos momentos de mi vida que me parecían fundamentales que entraran. Y que creo que tiene que ver con este entretejido entre espacios, afectos, cuerpo, objetos, memoria, lecturas.

De hecho, aquí hace parte también un ensayo: “Las cinco tesis sobre la crítica literaria”. Y creo que luego lo voy a desprender y seguir creciéndolo como tesis en torno a la escritura, la lectura.

Tú te has dedicado a la crítica literaria, la reflexión, el ensayo. Y ahora es más bien narrativa. ¿Cómo fue ese cambio? ¿qué pasó contigo mientras hubo ese cambio?

Hace rato yo tenía ganas de ponerme a escribir sobre diferentes experiencias. Creo que, sobre todo, sobre la experiencia en torno a Moscú. Cuando yo lo he contado en reuniones sociales de amigas, amigos, familiares, en algún momento alguien ha dicho, ese deberías escribirlo.

Sobre todo, porque el tema de Moscú es fundamental. Fue el impacto de la caída, el derrumbe de lo que luego se llamó del socialismo realmente existente. Hay una carga política muy grande, importante. Y también por la forma de vida que yo construí. Que no hizo sino, engancharse en un modo de sobrevivir. Estudiantes latinos en este contexto, y me hice matutera, como digo.

Yo sacaba cantidades de caviar, de objetos de cristal de Bohemia. Fue una locura. Lo haces también porque eres jovencita. Embarazada viajé en tren a Alemania a vender arpas. No tienes miedo a nada. Había que sobrevivir. Cada quien hacía lo que podía. Había unas formas del hacer que vas aprendiendo. Además, en estos vuelos que duran 24 horas, llegaba a Lima, y a veces venía en bus o en avión, depende del dinero. En las vacaciones también vendía.

Pero al escribir, nunca encontraba el registro de la palabra para escribirlo. Cuando algunas veces lo intenté, no me gustaba, no me sentía satisfecha y lo botaba. Y solamente en este contexto pandémico -de hecho, el subtítulo del libro, este libro se llama Estancias. Escritos de una posnerd en confinamiento- se me impuso la escritura. La escritura como tabla de salvación. Lo que yo hice en ese contexto.

Cada quien reaccionó como pudo. Para evitar la caída, la depresión, lo que yo hice fue una suerte de cuadrícula del tiempo al estilo monacal. Se supone que, en los conventos, el tiempo está cuadriculado. Y yo también hice lo mismo. Me levantaba temprano, hacía gimnasia. Me conectaba al yoga, me conectaba a la gimnasia. Caminaba muchísimo. Mis clases, mis lecturas.

Pero uno elige abrazar el dolor o abrazar la vida. Como un acompañamiento terapéutico también dices, elijo abrazar la vida. Entonces, la escritura se me impuso. Y esa escritura que se me impuso encontró un registro, y no me fue difícil encontrarlo. Afloró rápidamente. Y me gustó lo que estaba escribiendo. Además, me divertí. Creo que esa es una palabra importante. Me apasionó, me dio alegría, me divertía mucho. Se me convirtió en algo que quería todo el rato hacer. Es decir, me ocupaba el pensamiento. Eso que cuando te bañas, cuando sales de compras, cuando estás con amigas, estás escribiendo, sigues escribiendo.

Tenía mi libretita con las entradas que luego son los títulos. Con las entradas de lo que quería escribir. Guardaba todo lo que intercambiamos en los chats, las noticias de los periódicos. Por eso es una escritura tan híbrida, porque entran también no solamente los registros que decíamos hace un rato –el testimonio y el diario, la autobiografía, la novela, el ensayo, el periódico, el chat-. Todo eso entra.

Yo me divertía al hacer las listas de cosas que nunca hice antes de los 40. Cosas que nunca hice antes de los 50. Yo mismo me reía. Y creo que esta posibilidad de reírte de ti y contigo también es una forma de sanación.

Creo que en la vida nos pasa a todas, que en algún momento dices, esto no hice bien. Pero está bueno también saber encontrarte contigo, y saber acompañarte. Tú con todas las que has sido. Y creo que la escritura a mí me permitió eso. Como darle la mano a todas las Alicias de todas las estancias.

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Docente Alicia Ortega Caicedo