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Boletín Spondylus

Las --Sagradas Batallas-- académicas de Germán Ferro


Publicado: 22-04-2009
Por Santiago Cabrera
Asistente académico del Área de Historia


Antropólogo e historiador, Germán Ferro Medina visitó el Ecuador para dictar clases en la maestría de Estudios de la Cultura de la Universidad Andina. En su asignatura, Ferro abordó varios aspectos relacionados con las formas de aplicar metodologías de investigación provenientes de la antropología, la historia y la geografía para enfocar diversas problemáticas culturales. Fue uno de los realizadores del documental Sagradas Batallas. En esta ocasión, este docente colombiano charló con Spondylus sobre dos aspectos puntuales: la religiosidad popular en el contexto del mundo andino y la figura del vampiro como relato.


Son recurrentes los estudios sobre religión desde la teología o la sociología, que la ve como un establecimiento de control y regulación social. Tu propuesta metodológica, en cambio, da cuenta de las dinámicas históricas y culturales de la religiosidad. ¿Cómo hacer que este tipo de enfoques tenga una incidencia mayor en las actuales investigaciones sobre el tema?
Desde mi experiencia investigativa he podido constatar que buena parte de las ciencias sociales nacen con una preocupación fundamental sobre el tema religioso. Nunca les ha sido ajeno. Tomemos por caso a Durkheim, Weber, Freud, Levi Strauss, el marxismo tienen sobre lo religioso obras fundamentales. De modo que no trabajamos desde formas folclóricas ni mucho menos desde la militancia religiosa.

Al principio y por lo general, el tema religioso produce cierta apatía o cansancio. Se confunde lo religioso con un canon de Iglesia, preceptos y obligaciones con las que uno se ha formado, lo que ocasiona cierta pereza de acometer el tema. Mi tarea ha sido la de motivar una reflexión seria sobre la experiencia religiosa y su rica polisemia.

La religiosidad popular es también un tema algo resbaloso. El concepto de lo popular es también equívoco. De modo que se debe tomar distancia de ideas como el populacho, lo no civilizado. Yo entiendo lo popular, más bien, desde la perspectiva de Gramsci (menos fotogénica y más activa): lo popular en un escenario de poder, en donde se inscriben la cultura y lo religioso, donde lo popular son más bien prácticas de impugnación, negociación y diálogo. En fin, un juego interesante de signos y símbolos que se disputan la matriz dominante.

El documental Sagradas Batallas, del que eres uno de los realizadores, muestra la religiosidad como un espacio en el que se juegan varios aspectos, entre ellos la nación, el pueblo, las identidades y la vida. Pero, ¿podrías explicarnos algo más sobre las relaciones entre religiosidad y nación?
Desde una perspectiva antropológica, histórica y geográfica abordo el tema de lo religioso. Pero la geografía no en el sentido de un inventario de los accidentes geográficos, sino desde una perspectiva histórica: el espacio dentro del que se inscriben nuestra cultura y, por supuesto, los elementos religiosos que forman parte de un proyecto de varios siglos que ha impuesto un modelo de sociedad hispánico-católica que tiene en el espacio geográfico un anclaje importante. Allí se acumulan una experiencia y una memoria de control, autoritaria,  teocéntrica, civilizatoria. Allí es donde me coloco: relaciones, históricas y de consolidación de una experiencia con lo simbólico abigarrada en un espacio, un tiempo y una cultura. Lo que nos invita a pensar en aquello que ha tenido injerencia en la construcción de imaginarios colectivos y comunidades imaginadas que ponen en evidencia la edificación de ideas de región y de nación.

Tú afirmas que lo religioso es un tema transversal en el que confluyen varios ámbitos y en el que se manifiestan relaciones de poder; sin embargo, la religiosidad aparece independiente de otros aspectos, principalmente de la política. ¿Cómo analizas el discurso de mantener la religión aparte de cualquier otro tema, aunque su presencia es elocuente?
Es absolutamente falso, la religión está relacionada con todos los aspectos culturales y sociales del quehacer humano, muy a pesar de que se haya construido desde la Iglesia un discurso oficial que señale que la religión es un elemento aparte. Un discurso que dice “nosotros no nos metemos en política” o “la religión es un hecho aparte”. Esto es históricamente imposible de aceptar. Todos sabemos que el campo de lo religioso es uno de los elementos fundamentales de la construcción de un proyecto de sociedad en el Nuevo Mundo. Un proyecto religioso es el que acompaña la Conquista para el mundo católico. Los escenarios americanos se conquistan en razón de un proyecto de desarrollo tecnológico, geográfico, moderno, económico y demás.

Pero, fundamentalmente, la emergencia de la sociedad americana es un hecho fundamentalmente político que tiene como lenguaje el mundo de lo religioso. Es una relación indisoluble. Las ciudades del Nuevo Mundo se fundan y organizan bajo un modelo teocéntrico y católico porque se trata de una lucha contrarreformista.

Dentro de las actividades programadas en el curso que impartiste en el posgrado de Estudios de la Cultura, tuvimos la oportunidad de ver el filme La sombra del vampiro y conversar luego sobre él. ¿Podrías brevemente comentarnos tu particular abordaje del tema?
El tema vampírico ha sido mi interés desde hace muchos años, en la medida que el vampiro es uno de los mitos más fuertes de Occidente. Atraviesa nuestra historia; viene desde el Medioevo, de la Europa Central, de una tradición del folclor; se reelabora en la literatura, luego se desplaza al cine; en fin. Propuse en esta ocasión claves de lectura a un mito fundamental de la cultura. El vampiro indaga precisamente los aspectos más importantes de la condición humana: la muerte, el amor, la soledad, la inmortalidad, la transgresión, nuestro mundo oscuro… Es un mito que nos inquieta permanentemente y se reactualiza. El vampiro es de época medieval, viaja al siglo XVI, se instala en el XIX, aparece en el mundo contemporáneo, particularmente en el cine. Como diría una estudiosa del tema vampírico: “Cada época tiene el vampiro que necesita” Su abordaje nos permite descifrar nuestros propios códigos culturales.

Drácula, el vampiro más famoso a través de la novela de Bram Stoker, nos provee unas herramientas interesantes y divertidas: el vampiro nos asusta, e inquieta precisamente nuestro razonamiento, nuestro pensamiento iluminado; nos coloca frente al tema de la muerte y del amor. Drácula es un ser profundamente paradójico: un ser inmortal (algo que muchos de nosotros queremos y no hemos logrado resolver) que para vivir tiene que matar. Este vampiro es la relación estrecha entre la vida y el fluido que la hace posible: la sangre…

¿Que también es el elemento central del cristianismo?
Por supuesto. Examinando el tema vampírico y su mito estamos en el núcleo de nuestros valores y simbología cristianos: “tomad y bebed el cáliz que es mi sangre”, “el que bebe de esta sangre vivirá para siempre” (lo dice el sacerdote en la Eucaristía), y nosotros hacemos parte de esa búsqueda de la inmortalidad a través de compartir el fluido vital del ser que nos lleva a la trascendencia.
 
De modo que allí hay unas conexiones importantes para estimular la inquietud de los investigadores que se están formando. Es un tema apasionante.