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Boletín Spondylus

Julio Ramos: --El latinoamericanismo no se reduce a la oposición entre el norte y el sur--


Publicado: 02-12-2012

La exploración en torno a lo que constituye el discurso literario en la formación de nuevos sujetos y un análisis del surgimiento de la literatura como institución moderna es el centro de la temática de los seminarios dictados por el catedrático puertorriqueño Julio Ramos.

Ramos visitó la Universidad Andina para dictar clases en algunos de los programas del Área de Letras. Spondylus dialogó con este docente portorriqueño sobre el latinoamericanismo en la literatura.

Cursó Estudios latinoamericanos en la Universidad de Pittsburg y en la Universidad de Texas. Se doctoró en la Universidad de Princeton, es profesor asociado en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de California, Berkeley, y, actualmente, es docente invitado de la Universidad Andina Simón Bolívar.

¿Qué significa ser latinoamericanista en Estados Unidos, en la academia estadounidense, y, a la vez, qué significa ser latinoamericanista en América Latina, considerando su experiencia en las dos corrientes?
Esto tiene que ver con los mapas del latinoamericanismo, la relación con el norte y con el sur y también con mi trayectoria en esos mapas. Yo llegué a estudiar literatura latinoamericana a los Estados Unidos, desde Puerto Rico. Entonces mi relación con las universidades norteamericanas estaba marcada por esa experiencia mía como puertorriqueño, pero efectivamente fue en el norte donde se latinoamericanizaron mis horizontes, ya que en Puerto Rico no teníamos la misma relación con América Latina que yo descubrí en algunas ciudades de los Estados Unidos. Tuve el privilegio de trabajar con muchos profesores exiliados, entre ellos, Ángel Rama, y también estudié con varios profesores caribeños y argentinos.

En los Estados Unidos, el latinoamericanismo está marcado por experiencias que no se reducen fácilmente a una oposición fundamental entre el norte y el sur. Estas relaciones entre el norte y el sur, bajo las presiones de la globalización contemporánea, más las presiones de los exilios de muchos latinoamericanistas, se vuelve bien compleja y, si en ese contexto, le sumamos mi propia experiencia colonial y mi relación con los Estados Unidos, entonces se complican muchos los mapas.

Y en ese mapa que tú detallas, ¿qué lugar tiene California porque, al parecer, es donde construyes tu reflexión?
Sí, California es el lugar donde más tiempo he vivido, enseñé en la Universidad de California, Berkeley, por casi 20 años. Tuve la oportunidad de trabajar no solo con latinoamericanistas muy importantes como Antonio Cornejo, sino también con estudiantes hijos de inmigrantes. California es un estado donde el español es una de las lenguas que más se habla. Los Ángeles es una de las ciudades hispanohablantes más grandes del mundo; entonces, precisamente el tipo de impacto que la emigración contemporánea tiene sobre los mapas y las fronteras nacionales nos presionan a repensar las fronteras del latinoamericanismo, bajo condiciones que rebasan las categorías de las fronteras nacionales y de la geopolítica marcada por las historias de los estados nacionales. Mi experiencia en California, también en muchos otros sentidos, tanto intelectual como afectivo, ha sido clave para entender esas transformaciones del latinoamericanismo durante los últimos 20 años.

¿Cómo miras en la actualidad tus libros Desencuentro de la modernidad en América Latina (1986), Paradojas de la Letra (1996) y el último de tus ensayos titulado Sujeto al límite (2011) y de qué manera estos libros han marcado tu vida afectiva, académica? ¿Qué encuentros y desencuentros representan para ti?
Estos tres libros son contribuciones al campo de los estudios literarios y culturales latinoamericanos. El primero fue una tesis doctoral que yo escribí para cumplir con los requisitos de la universidad, fueron investigaciones que comenzaron con una serie de estudios sobre José Martí y la crónica literaria, y que fueron encaminándome a repensar desde la experiencia de José Martí en Nueva York. Desde esa condición del exilio y del trabajo martiano en 1880 a 1895, las lecturas de Martí me permitieron reflexionar sobre la cuestión de la modernidad en América Latina, a lo largo del siglo XIX.

Entonces es un estudio amplio sobre los discursos modernos latinoamericanos, primero como intentos de modernizar el concepto mismo de América Latina, pero leídos desde esa posición algo excéntrica de fin del siglo XIX y desde la experiencia del exilio de José Martí en Nueva York donde, por cierto, escribió sus grandes obras de poesía y comenzó a establecer las redes para la fundación del partido revolucionario cubano.

José Martí escribió Nuestra América, uno de los ensayos fundadores del latinoamericanismo en Nueva York, en 1891. Fue un texto de reflexión de tanta influencia en América Latina y, sin embargo, escrito en Nueva York, lo que me lleva a pensar que lo que nosotros entendemos como latinoamericanismo es un sistema de mediaciones más que de posiciones fijas, son posiciones que le permiten al estudioso comprender estas continuas correspondencias entre los espacios, que por otro lado está marcado por la historia del imperio y el poder. A partir de ahí, mis trabajos en los otros dos libros que tu mencionas tiene mucho que ver con paradojas y Sujeto al límite tiene que ver con el viaje, el espacio, el sistema del latinoamericanismo, pero desde la lectura de textos más excéntricos que rara vez entraban al canon de nuestras bibliotecas.

¿Cómo ves la relación del texto literario con otras prácticas culturales? ¿Cuál es la relación de la literatura en ese nuevo campo cultural que, de alguna manera, puede ser releído a partir de novedosas lecturas como la tuya, por ejemplo?
Alguna vez me preguntaron si yo volvería a estudiar literatura y yo creo que sí, sin la menor duda; de hecho, ha sido la pasión por la lectura de textos literarios la fuerza que me ha llevado a cuestionar los quehaceres discursivos y el trabajo intelectual que se hacen en otras disciplinas. Por ejemplo, la literatura mucho antes que la invención del cine en la década de los 80 ya se había hecho algunas preguntas sobre la secuencia, la velocidad, el tiempo… que el cine muchos años después se hizo con la nueva tecnología que se inventaron en los años 80.

Yo creo que la idea de autonomía o de autosuficiencia de estos tipos de actividad tiene más bien que ver con las instituciones, del modo cómo han organizado la creatividad de acuerdo con ciertos géneros, convenciones y procedimientos de distribución y de enseñanza, pero que en el fondo, para ciertos poetas, el diálogo con la música ha sido fundamental, para algunos novelistas contemporáneos el trabajo con el cine es clave, así como para algunos guionistas sería impensable pensar la producción cinematográfica contemporánea sin la historia de la narrativa literaria.

La literatura nos invita a reconsiderar los diálogos entre distintos modos de acercarnos a la experiencia humana sin esas divisiones duras que son producto de la organización universitaria y de la forma del saber que posteriormente construimos sobre la creatividad. Esto no quiere decir que no haya diferencias entre los medios de trabajo porque, efectivamente, un músico trabaja con materiales sonoros que requieren de una técnica, una elaboración y un entrenamiento que es muy distinto del que requiere un poeta o un cineasta.

Tú has visto cómo ha sido la evolución de la Maestría en Literatura Hispanoamericana de la Universidad Andina. Inicialmente fue una maestría, después se transformó en Estudios de la Cultura y ahora existe un doctorado en Literatura Latinoamericana. ¿Cómo te ubicas tú en este proceso?
Ha sido una oportunidad extraordinaria ver cómo la Universidad ha organizado un nuevo Doctorado en Literatura y cómo ha evolucionado el estudio de las Letras. Yo vine acá a dar un curso en Letras, en 1994, era una clase pequeña de Estudios Literarios, en el Área de Letras, que tenía algunos estudiantes realmente excepcionales. Recuerdo cómo fue la universidad en sus inicios y cómo es ahora y me resulta conmovedor acordarme porque todo eso ha marcado distintos momentos en mi propia evolución intelectual y en mi vida. Luego regresé acá a dar clases en la Maestría en Letras y Estudios Culturales, entones he tenido el privilegio de ser testigo de la evolución de la universidad.

Hoy en día es difícil encontrar sociedades donde la creatividad institucional permita crear nuevos espacios institucionales. En los Estados Unidos he podido notar la crisis del sistema universitario muy marcado por una crisis general social y económica y, por otro lado, ver los modos en que la universidad latinoamericana, en los últimos 10 y 15 años, ha intentado recuperarse del profundo impacto que tuvo el neoliberalismo en la educación pública. En ese sentido he sido testigo de lo que he visto en la Andina y es excepcional, solo tiene comparación con lo que ocurre de un modo distinto en Brasil, es el grado de creatividad institucional que el Ecuador está viviendo en los últimos años.

Curiosamente, la Universidad Andina es anterior a ese periodo, entonces, de algún modo, la lógica de esa creatividad institucional que ustedes han desplegado en el proceso de creación de esta universidad anticipa algo del potencial que se ve en otras universidades ecuatorianas. Las instituciones tienen a veces sus propias lógicas, sus propios retos y la evolución del estudio literario dentro de estas instituciones nuevas es realmente interesante.

Hace 15 años, la gente pensaba que el estudio de la literatura como tal iba a desaparecer debido a las necesidades de la nueva economía, de las nuevas sociedades y efectivamente hemos pasado por cambios no solo en el Ecuador sino también en los Estados Unidos que no nos permiten entender la literatura como la entendíamos hace 50 años, pero que el grado de excelencia de los participantes del programa doctoral en Literatura Latinoamericana de la Andina comprueban que el horizonte del estudio literario actualmente tiene un sentido nuevo.

Entonces, el reto para uno como docente es cómo estar a la altura de esta nueva necesidad social que no nos permite ya subestimar el estudio literario como se lo hizo durante las políticas neoliberales de hace 20 años o desde la perspectiva de las ciencias sociales que pensaban que la literatura era un modo de suplemento cultural de la ciudadanía, que en el régimen de los medios de la comunicación contemporánea ya no hacía falta. Pareciera que la crítica contemporánea a la lógica del neoliberalismo pone de relieve una de las preguntas que la literatura siempre se ha estado haciendo como aquella de la multiplicidad y no hablo solo de la pluriculturalidad sino de la multiplicidad de los espacios, donde realmente es posible imaginar un diálogo distinto de convivencia y del buen vivir.

La multiplicidad de las experiencias ha sido, sin duda, una fuente de estímulos de la literatura moderna y contemporánea y creo que hoy es lo que nos invita a repensar lo que significa ser lector, ser intérprete y la importancia de la interpretación de la lectura no solo del libro. La literatura nos enseña a interpretar aquello que no tiene un sentido único, como interpretar la multiplicidad de los tiempos, de los cuerpos, sin reducir estas multiplicidades a una lógica instrumentalizada del sentido.