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Boletín Spondylus

El poder de la Agroecología Política para transitar hacia otros mundos posibles


Por: Ana Lucía Bravo

Edición del video: Fernando Andrade

Edición del texto: Sofía Tinajero Romero

 

Ana Lucía Bravo, docente del Área de Ambiente y Sustentabilidad, entrevista a Omar Giraldo, profesor de la Escuela Nacional de Estudios Superiores de Mérida de la Universidad Autónoma de México, acerca de la agroecología y su carácter político.

Omar Felipe Giraldo es doctor en Ciencias Agrarias del Departamento de Sociología Rural de la Universidad Autónoma Chapingo, y posdoctorado del Instituto de Investigaciones Sociales de la Unam.

Entre los años 2014 y 2021, se desempeñó como investigador Conacyt adscrito al Colegio de la Frontera del Sur, en San Cristóbal de Las Casas, en donde cofundó y fue coordinador de la maestría en Agroecología. Ha sido docente invitado de posgrado en universidades de Colombia, Costa Rica y Argentina, y ha publicado más de 30 artículos y capítulos en libros y revistas especializados. Y es autor de los libros Utopías en la era de la supervivencia; Ecología política de la agricultura y Afectividad ambiental.

Recibió el premio de Investigación 2021 en Ciencias Sociales, por la Academia mexicana de Ciencias. Sus líneas de investigación son la ecología política, alternativas al desarrollo, filosofía ambiental y la agroecología política.

 

La agroecología se ha vuelto una moda. Ya está en boca de las instituciones oficiales internacionales; la FAO está hablando de la agroecología. Tus investigaciones sitúan claramente el potencial que tiene la agroecología política para disputar la hegemonía del modelo agroindustrial alimentario.

¿Cómo puede la agroecología contribuir a sacar la agricultura y la alimentación de las lógicas de este sistema capitalista? ¿Cómo puede romper con la dependencia en la que ha sumido a los agricultores, a los consumidores? ¿Y cómo puede aportar a construir autonomía?

La agroecología se ha posicionado como la única alternativa para enfrentar el sistema agroalimentario corporativo; este sistema agroalimentario que genera entre el 30% al 50% de las emisiones globales que generan cambio climático en el mundo. Que consume el 70% del agua a nivel global; que la devuelve al ciclo, pero contaminada. Con los efluentes de los agrotóxicos.

Este sistema que prometió acabar con el hambre y, al contrario, lo que ha terminado haciendo, es generando una inequidad creciente. Pensó que el problema era de oferta, cuando era también de acceso y disponibilidad de los alimentos. Terminó erosionando la capacidad ecológica en todas sus manifestaciones en términos de la biodiversidad, de los suelos; en todas las condiciones que hacen posible la agricultura fueron erosionadas por un sistema que se ordena en torno a los valores del mercado, de la oferta y de la demanda basada en la especialización. Y que no entiende las condiciones que hacen posible la vida en la Tierra.

Es por eso que la agroecología se ha posicionado como la única herramienta, porque tiene que ver con las agriculturas de los pueblos; una agricultura de la diversidad, de policultivo, sin venenos; una agricultura que además se ha demostrado que tiene una capacidad impresionante para alimentar a las personas por su productividad, en términos de diversidad.

Y que además de esto, se plantea como una perspectiva política. ¿Por qué política? Porque los movimientos sociales que defienden la agroecología en el mundo, entre ellos el más importante, la vía campesina internacional, aunque no la única, han dicho que la agroecología busca, además, poner en las manos de los pueblos campesinos, a pueblos indígenas, pueblos de los sectores populares del campo y de la ciudad, las condiciones para la producción. Esto implica las semillas, la tierra, el agua, los bosques. Y también desafiar las estructuras de poder de la sociedad y las estructuras monopólicas.

En ese sentido, la agroecología se pone como una herramienta política, una herramienta que busca orientar las luchas, que busca aglutinar los sectores populares que defienden la soberanía alimentaria y defienden la autonomía territorial, como la base de la sustentación de esos otros mundos que tenemos que ayudar a construir. Y que también plantea la autonomía como un principio fundamental.

Más común en el argot de la agroecología, se usa la palabra soberanía, pero en mis trabajos he querido mostrar cómo la agroecología no solamente tiene que ver con la soberanía alimentaria, sino con muchas otras: la soberanía en semillas, en salud. La soberanía energética, del agua y un largo etcétera, y que tiene que ver con cómo este sistema ha hecho a los agricultores y las agricultoras dependientes de sistemas externos, sobre los cuales no tienen ningún control. Un sistema que los vuelve clientes. Un sistema que erosiona los saberes bioculturales.

Y un sistema autónomo busca recobrar la capacidad de los pueblos de encontrar soluciones a sus propios problemas; hacerlo de una manera acoplada sus condiciones ecológicas y culturales, y que va creando en estas otras formas de desagenación de las condiciones capitalistas a las cuales han sido sometidos durante los últimos 70 años, a través de las estrategias de los programas del desarrollo rural, en donde incluyen la revolución verde, que ha sido llevada a sus prácticas de cultivo, pero que en el curso de este tiempo ha terminado generando unas dependencias espantosas.

Otra parte de tu trabajo, justamente muy relacionado a lo que acabas de mencionar -este poder de la autonomía- es toda tu investigación en relación a toda la construcción de las agroecologías en el mundo. ¿Cuáles son esas otras agroecologías que ustedes han investigado en los últimos años en todo el mundo?

Seguir la pista a las experiencias agroecológicas no es una tarea fácil, por una dispersión geográfica que existe. En próximos días, va a salir un nuevo libro mío denominado Multitudes agroecológicas, en el que propongo una nueva clasificación para entender estas experiencias. Siguiendo una clasificación sugerida por un investigador que hizo el doctorado con nosotros cuando trabajaba en el Colegio de la frontera Sur, La Calle Rivera. Él propuso entender agroecologías en tres perspectivas. Las agroecologías al límite -yo prefiero llamarlas las agroecologías del retorno-, las agroecologías emergentes y las agroecológicas históricas.

Entonces, las agroecológicas del retorno o al límite tienen que ver con todas estas agroecologías que están articuladas a movimientos sociales, que recuperan prácticas olvidadas. Y aquí la tarea de clasificación no es fácil.

Una de ellas es por su tamaño. Entonces, las hay desde las muy pequeñas, esas que son de grupos de familias o incluso de agricultores individuales, que han hecho transformaciones en sus parcelas. En Latinoamérica, han sido muy importante todos los procesos de la Teología de la Liberación que se dieron desde los años 70, del siglo anterior, y se fueron creando espacios de transformación a nivel muy localizado.

Tenemos las experiencias que tienen formas organizativas, que son un poquito más grandes: cooperativas, asociaciones, redes a nivel localizado, y bueno de estas, pues ejemplos hay muchísimos en el mundo, incluso con algunas de gran envergadura, que tienen un impacto territorial.

Otras tienen un alcance súper territorializado, porque son experiencias que, si bien se localizan en un solo territorio, hay muchas organizaciones y muchos colectivos haciendo experiencias diferentes, desde las ONG, organizaciones de agricultores y agricultoras, organizaciones de universidades, de una constelación de experiencias que va creando una constelación territorial de agroecologías.

Hay otras que se organizan de manera multiterritorial, como suele ocurrir con las redes de guardianes de semillas que se van a articular los diferentes territorios, pero que tienen un territorio más virtual, no en términos del Internet, sino más dispersos por el territorio, que son también supremamente importantes.

Hay organizaciones que se aglutinan a nivel nacional, que abanderan la agroecología. Por ejemplo, el MST, organizaciones a nivel local a nivel nacional, que tienen la capacidad de confluir todo un territorio nacional, e incluso organizaciones a nivel internacional, como la campesina, que ya había nombrado, que tiene la capacidad de tener su propia agenda, pero también disputar el sentido de la agricultura en los escenarios internacionales.

Entonces, esta la primera parte, de cómo entender toda esta particularidad de agroecologías que se hacen en los territorios.

Hay otras agroecológicas que son las emergentes. Tienen que ver con estos agricultores que hacen agroecologías donde no las había. Podemos nombrar las experiencias de los neocampesinos, los permacultores, de las ecoaldeas. También de las agriculturas urbanas, que han venido creciendo en el mundo, inclusive, las nuevas experiencias que hay sobre los ecobarrios, las ciudades en transición, los municipios pospetróleo. Y todas estas constelaciones de experiencias que se han venido creando para disputar también el sentido de la ciudad.

Me gusta también acá nombrar todas las experiencias que tienen que ver con los sistemas de educación que han venido a formar toda una constelación también de personas que están trabajando por la agroecología, y todos los programas en todos los niveles, desde las escuelas campesinas, hasta los sistemas formales de formación en las universidades, en los bachilleratos en los institutos técnicos.

Estas personas que están creando emergencias de unas nuevas agroecológicas para fortalecer procesos existentes y crear otros nuevos. Están todas las experiencias de agroecologías nuevas que están emergiendo bajo otros rostros como, por ejemplo, las organizaciones de mujeres, de campesinas que están definiendo el feminismo campesino, indígena y popular.

Están organizaciones de, por ejemplo, de la comunidad LGTBIQ+, que son otras experiencias que están creciendo, que están emergiendo. Y bueno, hay una cantidad de experiencias emergentes nuevas que están creando agroecologías.

Y, por último, estaría el otro bloque de experiencias, que son esas agriculturas, agroecologías históricas de los pueblos; esas agriculturas principalmente de matriz indígena, que ocupan la cuarta parte de la superficie terrestre, cuando están en manos de los territorios, de los pueblos que tienen que ver con esa agricultura que tienen 8.000 ó 10.000 años de duración. Y que tienen experiencias impresionantes en el mundo. Entre ellas, las agriculturas itinerantes, las agriculturas de los traspatios, las agriculturas que tienen que ver con esta enorme diversidad que van creando los paisajes agrícolas, que son el patrimonio mundial, por su capacidad, como los andenes en los Andes, como las milpas mesoamericanas, como los sistemas de cultivo de arroz en Asia, y un larguísimo etcétera.

Entonces, todas estas que acabo de nombrar constituyen el proyecto político de la agroecología, que incluye a millones de familias en el campo y de la ciudad. No siempre, aglutinados con el nombre agroecología, pero que están creando un movimiento creciente que se opone a este otro proyecto de muerte, este otro proyecto ecocida, culturalicida, corporativo, y que vemos que no es menor.

A veces pensamos que la agroecología es una cosita, por allá de algunos hippies, pero no. En realidad, tiene que ver con una constelación de experiencias que vale la pena, verla desde esta perspectiva.

Tú dices que estas experiencias tienen su poder por estar dispersas, porque no son marginales. Pero, además, ¿qué otro poder tú consideras que tienen estas experiencias?

El poder primero es entenderlas basadas en la diversidad. Su poder precisamente tiene que ver con que no son homogéneas. Su poder tiene que ver en su multiplicidad; en esa capacidad de ser muchas cosas al mismo tiempo. Que se acoplan a las condiciones ecológicas, a las condiciones culturales que se construyen a través de sus propios procesos organizativos, pedagógicos, espirituales.

Y que, en este sentido, no tiene ningún sentido pensarlas como una masa homogénea. Por eso, en el libro las trato así, como multitudes; como una multiplicidad de experiencias, que muchas de ellas, además, son invisibles. Y que ese también es su poder, por su capacidad de no ser legibles bajo las lógicas de la acumulación de capital. Son estas experiencias que no son discernibles, que todavía no han sido fagocitadas por el sistema, que a pesar de tantos años de implantación del proyecto de la revolución verde y de desarrollo rural, patrocinado por los ministerios de todos los países y por la égida del mercado. A pesar de eso, han logrado sobrevivir, han logrado crear incluso nuevos procesos en medio de esta vorágine en contra de la vida, contra todos y contra todo.

Entonces, son supremamente poderosas. Pero también son poderosas por otra razón. Y es que ha creado nuevas metodologías de trabajo. Por ejemplo, las escuelas de formación agroecológica de las universidades campesinas han creado estrategias tipo campesino a campesino, que son experiencias fundamentales que tienen una capacidad de reactivar el mayor poder de los pueblos, que es la capacidad de esa potencia interior; esa capacidad de hacer emerger esas habilidades, esas formas de poder hacer que habían sido asfixiadas por los sistemas hegemónicos que fueron implantados a través de los paquetes tecnológicos.

Cuando los pueblos recuperan la capacidad de hacer, de crear, de estimular su imaginación colectiva, la ayuda mutua, la creatividad social. Cuando vuelven a recobrar soluciones concretas a sus problemas más inmediatos. Cuando son capaces de hacer fluir nuevos conocimientos y ponerlos en diálogo, diálogos, de saberes que van territorializando nuevos conocimientos. A través de conocimientos viejos recuperados por medio de la experimentación de nuevos conocimientos que se van articulando en espacios expansivos de encuentro.

Las comunidades y los territorios van acumulando poder, van acumulando un poder de hacer. Un poder de desagenarse de este sistema que nos está llevando al colapso y que, a través de sus propios conocimientos, sus propias formas de organización y a través de sus propias pedagogías y sus espiritualidades, van creando esos otros mundos que son posibles. Es en ese sentido también que estas experiencias son supremamente poderosas.

¿Qué se necesita para fortalecer estos procesos? En algunos casos, está esta imagen del Estado, el Estado para que escale la agroecología, el Estado, para que nos ayude. En realidad, ¿cuál sería la función del Estado aquí para que no elimine la autonomía de este poder social, de este movimiento que va surgiendo? ¿Y qué se podría hacer para fortalecer estos procesos más con mayor autonomía?

Para la agroecología es necesario tener aliados dentro de las estructuras de poder. Es importante que las instituciones reconozcan que existen otras formas de cultivar y de alimentarnos y de crear otras economías territorializadas, a través de la agroecología. Y ese primer reconocimiento es algo importante.

Ahora, las luchas no las vamos a tener que hacer en el seno, como ha sido la historia, como ha ocurrido durante los últimos años en el seno de las luchas populares, para hacer las conquistas más importantes. Y la conquista más importante que tiene que hacer, no será en el Estado, sino en el seno social. Por ejemplo, la reforma agraria.

Tenemos que abrir otro nuevo ciclo de reformas agrarias en Latinoamérica y en el mundo. Pero a esos nuevos ciclos de reformas agrarias tenemos que además ponerles un apellido, y es que tenemos que llamarlas reformas agrarias agroecológicas. Porque no se trata solamente de tener un control sobre la tierra, sino la pregunta es ¿cómo?; ¿para qué. ¿Una tierra para volvernos otra vez esclavos? o ¿para crear autonomía, para crear economías territoriales, para crear artesanalidades?, como me gusta llamarlo a mí.

O sea, desindustrializar este sistema, que está generando tanto cambio climático. Y más bien volvamos a recobrar esas capacidades de trabajo intensivo en trabajo, que tiene la condición de la cultura, de cada territorio, y que va creando esta potencia de trabajo, que no solamente es en el sector de materia prima, por llamarlo como lo llama la economía, sino llamarlo, digamos, en la transformación intensiva de todo lo que necesitamos para hacer en economías de muy bajo consumo energético. Economías territorializadas, en sistemas que vuelvan a reverdecer el planeta. Apoyados en gran medida por sistemas agroforestales, que realmente son las alternativas frente al cambio climático.

No estas locuras a las que nos quieren meter de los paneles solares o de las energías eólicas que sólo hacen sino reproducir el problema, sino que necesitamos hacer un tránsito radical, y no se lo puede hacer sin agroecología.

Pero, para ello, por supuesto que vamos a necesitar la institucionalidad, para reconocer estas conquistas agrarias, para que crean ciertas condiciones. Por ejemplo, para apoyar procesos en curso. Incluso que abran la posibilidad de abrir nuevos. El problema es que las políticas del Estado normalmente siguen permeadas por el pensamiento desarrollista clásico de ver a los pueblos desde su escasez, desde su carencia, como si fueran necesitados de los programas, de los técnicos, de aquello que los burócratas en las ciudades dicen que es lo que debe hacerse, y que van a enseñarle a los campesinos a ser campesinos.

O los subsidios, los sistemas basados en el valor de cambio, que así es como se ha mostrado que no funciona, y que, al contrario, termina generando grandes problemas. Entonces, para fortalecer estos procesos los movimientos sociales deberían luchar por las condiciones específicas que les permitan ganar siempre autonomía.

Ese sería el principio fundamental: ¿cuáles son las condiciones que nos permiten ser autónomos?, de manera que si hay un gobierno afín, podamos hablar abrir ciertas brechas, abrir ciertos espacios para fortalecer las condiciones materiales y simbólicas de nuestra existencia y de nuestras luchas.

Pero ¿qué pasa cuando no los hay?, cuando hay cambios de régimen político, que esos cambios no eclipsen los procesos en curso, porque se había generado dependencias frente a partidos de gobierno progresistas.

Ecuador está, por ejemplo, en una situación, con cambios de régimen político y esos cambios de régimen político no deberían afectar la autonomía, los procesos. Y esto ocurre en el entendido de que las organizaciones, pues, hay veces que pueden hablar con los Estados. Hay veces que no. Y aun así los procesos tendrían que seguir sin depender de los Estados.

Entonces, ¿cuáles son estas luchas específicas que nos permitan abrir estos espacios, sin que los cambios de regímenes nos afecten las experiencias en sus distintos caminare? Esto demanda muchísima creatividad de parte de los movimientos sociales. Ir con pies de plomo para saber cuáles son las cosas que valen la pena luchar, pero también de qué otras cosas deberíamos mantenernos más bien alejados, porque muchas veces el Estado puede terminar haciendo todo lo contrario de lo que queremos, y es terminar haciendo los sistemas basados en el mercado, a centros dependientes.

Hacen que los sistemas entren en lógicas perversas, basadas en los subsidios, en pagos por servicios ambientales o incluso que la agroecología sea la contraparte de los megaproyectos de muerte del capital. Entonces, acá hacemos un proyecto y acabamos proyectos agroecológicos y con esos proyectos agroecológicos aletargamos el disenso político.

Lo mismo pueden hacer las corporaciones. Dan dinero para proyectos de huertos o agroforestales o lo que sea, al mismo tiempo que abren megaminerías o proyectos de infraestructura.

Entonces, también la agroecología, cuando es despolitizada, puede ser aliada de los megaproyectos de inversión. Y, en ese sentido, la agroecología es política, en el sentido de que no solamente está buscando una transformación civilizatoria, ni siquiera cambios menores dentro del sistema hegemónicamente instituido.

Sino que se está poniendo como una herramienta para transitar civilizatoriamente hacia los otros mundos basados en la energía solar que transita en este sistema -basado en la energía de combustibles fósiles-, a unos sistemas sociales ricos en energía fotosintética -basada en la transformación de las plantas verdes, por la fotosíntesis-. Esto es otra civilización que implica relocalizarnos bajo consumo energético.

Como ha sido la historia de la condición humana, durante los últimos milenios, sólo ha sido muy corto el tiempo que hemos tenido combustibles fósiles, y que ahora la agroecología en el contexto del siglo XXI, pone esto en la mesa como un cambio también de una civilización que tiene como parte de un proceso que implica el decrecimiento, la desglobalización, la relocalización, la reartesanilización.

Implica recuperar la potencia de los pueblos, el florecimiento de los pueblos para distribuir sus inteligencias, y para que cada vez más encontremos saberes que sean acoplados a cada territorio. Más rico en saberes y menos intensivo en tecnologías que nos hacen dependientes.

Lo que dices es sumamente importante: la agroecología nos muestra el camino. Un camino que ya se anduvo por muchísimo tiempo. Tú siempre mencionas que ya está en proceso, ya existe. No es que vamos a construir algo, sino que está en marcha.

¿Cómo, desde la academia, desde la investigación, se puede apoyar en este proceso?

Hay que entender todos estos procesos como rizomas, como estas raicillas de las plantas que van para todos lados. Y que vernos de esta manera como horizontales, implica descentrar a la academia. No verse como el centro, el lugar donde se crea el conocimiento, que va a hacer después llevado hacia la gente -así funcionan las lógicas piramidales, en donde el conocimiento se queda arriba, se transmite por los técnicos. Y abajo están los campesinos y las campesinas-.

Sino más bien, entendernos ahora desde los rizomas. Y entendernos desde los rizomas es entendernos como parte de esa razón; es entendernos como parte de rizomas territorializados. Implica que las universidades, centros de investigación se integren a estos procesos y que fortalezcan los saberes populares con saberes científicos.

Los saberes de la academia son muy importantes, pero es necesario que no se pongan en una condición de superioridad o que no se pongan en una condición de, como ocurre, el saber hegemónico que parte de que saberes válidos y otros inválidos. Los inválidos son los precientíficos, los saberes que son creencias de los pueblos, que son supersticiones.

Más bien hay que ponerse en el sentido de abrirse hacia esos otros mundos, porque la agricultura incluye muchas otras cosas que son no legibles bajo el conocimiento científico.  Incluyen otros dimensionales, incluyen otros seres, los dueños del territorio. Incluyen saberes especialistas de roles, saberes chamánicos, saberes mágicos. Incluye una cantidad de saberes que no están dentro de la dictadura de la ciencia.

Y entonces, esto implica humildad, reconocer que el saber científico sabe poco. Y que el hecho de que sepa poco, implica poder entender que hay otras formas de conocimiento, hay otras realidades. Y que nosotros, a través de diálogos interepistémicos podemos fortalecer procesos en curso, porque la ciencia sabe poco, pero sabe.

Y hay cosas que también puede aportar, y los pueblos saben mucho, pero también hay muchas cosas que pueden entenderse a través de estos cambios que están ocurriendo en el mundo, en contextos de cambio climático. Tal vez lo que funcionaba antes ya no funciona ahora. Tal vez hay muchos saberes que se hacían y que se perdieron en el transcurso de esta epopeya en la que hemos estado perdiendo tantos saberes, tantas personas; cuando se murió la última persona, se murió el último saber.

Entonces, implica toda una reconstitución de los territorios a través de saberes pertinentes, saberes locales. Y donde yo creo que la ciencia tiene mucho por aportar. Pero tendría también que cambiar sus sentidos, sus lógicas, sus perspectivas, e incluso abrirse a realmente hacia otras epistemes.

¿Qué pensamiento quieres compartir a nuestra audiencia?

Estamos en un momento muy peligroso para para la vida. No sé si en la Tierra; por lo menos para la vida humana y la de muchos otros seres que nos acompañen. Dice el Panel Intergubernamental de Expertos en cambio climático que tenemos apenas hasta el 2025 para empezar a cambiar esta condición. Para empezar a bajar las emisiones de cambio global con efecto invernadero.

Y que esto no va a ocurrir si seguimos pensando dentro del mismo régimen industrial. Necesitamos enarbolar nuevas propuestas. Y yo creo que la agroecología está siendo parte de una propuesta completamente diferente. Una propuesta más realista, y que nos habla de una cosa que tenemos que reconocer, y es que la única manera de adaptarnos y de poder, si es que es posible evitar este desastre del que nos hablan, de que en el 2050 este planeta podría llegar a ser inhabitable, es simplificando la vida. No necesitamos las grandes tecnologías; necesitamos principios de la simplificación.

Y aquí la agroecología tiene mucho por aportar. Creo que necesitamos juntarnos a esos movimientos. Necesitamos consumir de otras maneras. Pero necesitamos, sobre todo, pulir nuestra mirada y nuestros corazones para empezar a ver que estos otros mundos ya vienen en camino, y que no tenemos ni que desarrollarlo ni que redimirlos, ni que modernizarlos como ha sido el gran proyecto de los últimos 70 años.

Sino más bien, dar la vuelta y entender que probablemente donde pensábamos que existían los problemas están las soluciones. Donde pensábamos que se necesitaban los alumnos, ahí están los maestros y que es ahí, en el seno popular, donde están las herramientas más interesantes para hacer frente a este tren de destrucción que nos amenaza a todos.

Gracias Omar por toda la claridad, por marcar el camino, siempre con esta esperanza, y con esa visión de confianza y de alegría en la gente, de que otro mundo es posible.

A ti, muchísimas gracias.