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Boletín Spondylus

Diana Coryat: “Nosotras, las mujeres, debemos desempacar esa mirada masculina y pensar cómo queremos narrarnos”


Entrevista y edición del texto: Sofía Tinajero Romero

Edición del video: Fernando Andrade

Fotografía: Hugo Pavón

 

El cine comunitario como herramienta identitaria feminista. Es el trabajo que ha ocupado los últimos años a Diana Coryat, documentalista estadounidense. Durante el III Coloquio Internacional Visualidad y Poder: Disputas de Géneros y Sexualidades en el Campo Visual, compartió sus experiencias, particularmente con el proyecto Ojo Semilla, en la ponencia “La construcción colectiva de nuevas narrativas visuales en el cine comunitario feminista”, que presentó junto a Karla Morales.

A propósito de este trabajo, Sofía Tinajero Romero –periodista de Relaciones Públicas de la Universidad Andina- entrevistó a Coryat, para esta edición de Spondylus.

Diana Coryat es docente, educadora popular, radialista y cineasta comunitaria. Investiga sobre el cine comunitario, los movimientos sociales y las nuevas culturas mediáticas feministas y para la defensa territorial. Es facilitadora pedagógica e integrante de Ojo Semilla, una escuela itinerante de cine comunitario feminista en Quito. Y es coproductora de MendoLatino, un programa radial y podcast en español, con la emisora comunitaria KZYX en California, en Estados Unidos.

Recibió el Bachillerato en Artes y Cine en Nueva York, de la Universidad de Nueva York. la maestría y el doctorado en Comunicación Social por la Universidad de Massachusetts.

 

Diana, bienvenida

Gracias por la invitación.

Tu exposición en este coloquio ha sido sobre la construcción de narrativas del cine comunitario feminista. ¿Qué es el cine feminista y qué es el cine comunitario?

Como dices, yo me gradué de cine, también en New York University, y yo era documentalista. Yo tuve un profesor muy especial, un mentor realmente que privilegiaba mucho las nuevas tecnologías; dar voz -en la grabación de video- a diferentes subjetividades que nunca se han visto, o que se han visto atrás de los ojos de cineastas, que muchas veces eran masculinos, blancos de la clase media, media alta.

Entonces, comenzamos a pensar mucho en cine comunitario. Él era un fundador de la televisión pública comunitaria en los Estados Unidos. Después de hacer algunos documentales, yo me anclaba a lo comunitario. De hecho, en Nueva York yo fundé una escuela de cine comunitario que se llama Global Action Project, que tiene 30 años de vida. Nació como una escuela de cine para jóvenes marginalizadas en Nueva York, que eran entre afroamericanas, jóvenes latinas, personas asiáticas.

Entonces, yo he trabajado en cine comunitario por mucho tiempo. El cine comunitario está unido con la educación popular, porque en la educación popular estamos horizontalizando los aprendizajes. Decimos: no es solo la maestra o el maestro; la profe o el profe que tengan conocimientos. Todos los participantes tienen conocimiento de su vida cotidiana, de todo lo que han aprendido. Todos esos valores y conocimientos son válidos. Son importantes.

En el cine comunitario, hacemos capacitaciones en audiovisual. Comenzamos en Global Action Project a capacitar a jóvenes que son inmigrantes, que son refugiados de guerras, porque eso sucedía en Nueva York. Hay una confluencia masiva de distintas subjetividades que vienen de diferentes contextos económicos, políticos sociales, de guerra, etc.

Y vimos que en el cine comunitario, primero el joven y la joven negro, latino están súper criminalizados, en el contexto de los Estados Unidos. Y yo diría, en muchas partes del mundo. Entonces, al ser ellos quienes tienen la cámara, pueden narrarse; narrar sus vidas. Y de una manera u otra, hay un tema de empoderamiento. Tal vez no todos los jóvenes, las jóvenes hablan de ellos mismos, de ellas mismas, pero se vuelven expertos de sus propias comunidades y barrios.

Es todo un proceso aprender a filmar y luego proyectar sus películas. Proyectan ante una audiencia de mamás, papás, tíos, tías, la comunidad. Y también se reconfigura la mirada hacia la joven y el joven. Ah mira, pensé que mi nieto solo estaba ahí en la calle con sus amigos, pero mira qué hace. También cambia la visión.

Entonces, yo me dedico a esto por mucho tiempo. En algún momento, yo estaba muy cansada de que los hombres se apropiaban mucho de esos espacios. Digamos que tenemos un círculo de mujeres y hombres jóvenes. Y estamos capacitando, y de repente las mujeres están sentadas, y los hombres están agarrando la cámara.

Eran los protagonistas.

Eso. Yo estaba viviendo en Colombia. Me dijeron, Diana te invitamos a hacer un taller. Dije, pero espera, me gustaría hacer un taller. ¿Puedo hacer solo con las mujeres? Y dijeron, pero tenemos hombres. Y dije, yo quisiera hacer un ciclo solo con mujeres. Y así comencé. También trabajé en Cuba.

Entonces, yo llegué a Ecuador en 2012, y comencé a trabajar con El Churo Comunicación. En ese momento estaban haciendo solamente radio comunitaria. Y querían acceder al cine. Con las nuevas tecnologías no es nada del otro mundo. Yo les voy hablando de mis metodologías, pedagogías. Y así comenzamos a trabajar el cine comunitario aquí en Ecuador, en Quito.

Yo no digo que somos los primeros, pero eso comenzó como en 2013, 2014. Y en algún momento ese proceso también pasó aquí. Que en Wambra en El Churo, pensamos y observamos en sus talleres que las mujeres se relegaban a las esquinas. Entonces, comenzamos a pensar en el Ojo Semilla de cine comunitario feminista. Y el Ojo Semilla es como estamos trabajando con personas participantes que van a volver a sus comunidades y sembrar una semilla de conocimiento del audiovisual.

El rato que tú tomas la cámara, utilizas el lenguaje de la imagen también. ¿Qué diferencia tú has visto cuando la cámara es tomada por un hombre a tomada por la mujer? Esa narración desde la visión femenina

Es muy interesante. En la presentación que hice en el Coloquio con Karla Morales -también Génesis Anangonó, la moderadora y que trabajaba en el proceso- nos enfocamos en una experiencia de Ojo Semilla que se hizo en el valle de El Chota. Y eso fue justo en la sombra de la pandemia, en febrero 2022.

Nosotras las mujeres, las niñas estamos inundadas con una mirada masculina, masculinizada, por todos lados: la televisión, el cine, en la calle. Entonces, lo primero que tenemos que hacer en el proceso es desempacar esa mirada masculina y pensar cómo queremos narrarnos, cómo queremos vernos. Y tenemos varios talleres que presentan a esos nuevos imaginarios. ¿Cómo queremos contar nuestras historias, desde nuestras vidas cotidianas?

Entonces, cambia. En el canal de YouTube de Ojo Semilla están muchas películas, videos cortos en los cuales las mujeres narran sus vidas. Y a veces, los videopoemas son microrrelatos. Quiere decir que si es un grupo de 12 mujeres que están trabajando el video poema, cada persona escoge un microrrelato de ella misma.

Nosotros vemos en uno de los videos a las mujeres en sus cuerpos. Los cuerpos que no son los más vistos en la televisión, en el cine. Mujeres con diferentes corporalidades. También el trans femenino. Vemos la hermandad, la sororidad, o lo que llamamos la ñañalidad de las mujeres. Vemos preocupaciones por sus cuerpos. Vemos visualmente las cicatrices; a veces las mujeres quieren mostrar sus cicatrices, quieren mostrarse a sí mismas en la naturaleza. Y sus preocupaciones por el cuerpo-territorio. Quieren defender su cuerpo como ese primer lugar que tenemos que defender. Asimismo, el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos. Pero también sobre nuestros territorios.

Y este proceso de desaprender ese discurso masculino imperante, ¿también implica repensarnos como mujeres?

Totalmente.

¿Cómo ha sido ese proceso con las mujeres con las que has trabajado?

Ojo Semilla es un taller itinerante. Y tenemos varios talleres en los cuales podemos repensarnos. Hay uno que se llama Huellas de las mujeres. Antes de comenzar, nosotros decimos que tienen que llevar fotos de una mujer que ha sido muy importante en su vida. O varias fotos.

Comenzamos el taller con unas cartas que tienen fotos de mujeres que tal vez ellas no conocen. Preguntamos, ¿quién esa esa mujer? Y si responden que no conocen, preguntamos: ¿Cómo puedes imaginar la vida de esa mujer?, ¿qué imaginamos?

Una de ellas es Martina Carrillo, mujer de El Chota legendaria, pero también relegada, invisibilizada en la historia de Ecuador; mucha gente no sabe quién era ella. Comenzamos a narrar su vida, su resistencia, y después de hablar de las mujeres en las cartas y de sus vidas, comenzamos a hablar de nuestras vidas.

Preguntamos, ¿cuáles son las mujeres que han marcado tu vida y por qué? Entonces, ahí salen las fotos de las mamás, de las abuelas. También comenzamos a pensar en las ancestras y todas las personas que han luchado antes de nosotras. Se trata de ver a la mujer no solo en una mirada victimizante, pero ver a la mujer en una manera que resiste, que aguanta, que lucha, que trabaja, y así esa narrativa comienza a cambiar. Sí, mi abuelita, tal vez yo la despreciaba, pero mira todo lo que ha hecho, y era una trabajadora comunitaria. Ella ayudaba a mujeres más jóvenes.

Entonces, salen muchas narrativas.

Me imagino que también es un proceso en donde uno se da cuenta que ha naturalizado vivencias o situaciones que pueden ser de violencia o de discriminación. Y uno las naturaliza. Me imagino que en estas narrativas, eso se vuelve en algo más consciente.

Mi enfoque para decir algo son las pedagogías feministas. ¿Qué es una pedagogía feminista? Es una pedagogía que está basada en principios del feminismo como lo personal es político, la hermandad; una no está sola. También la defensa del cuerpo-territorio.

Entonces, en cuanto a las violencias que todos hemos sufrido, la residencia, el encuentro tiene un tono también muy espiritual y de ritualidad. Siempre abrimos, pedimos a una compa abrir el espacio como para comenzar a centrarnos, dejar afuera todo el mundo. Y comenzamos a hablar. Y rápidamente surgen temas de violencia.

Eso es lo que no pasa siempre en el video comunitario mixto. Tienen muchos temas, pero la violencia en contra de mi cuerpo, de mi familia, de mi territorio sale dentro de cinco minutos.

Entonces, tenemos que tener mucha sensibilidad en cómo bregar con esto. En el valle de El Chota hicimos un ejercicio. Dibujamos un cuerpo de una mujer, y nos dieron dos marcadores; un marcador azul, otro marcador, rojo. Y tuvimos que marcar partes en ese cuerpo dibujado, donde hemos sido vulneradas, o también donde nos hemos sentido empoderadas.

Comenzamos de manera colectiva e individual a marcar ese cuerpo. Y después tenemos que ver lo que sale; es algo muy interesantes. Son muchos puntos rojos, donde nos han violentado, desde los dedos, la vagina, la cabeza. Comenzamos a desempacar toda esa historia. Pero también la parte fuerte.

Luego, en la segunda parte del taller, tenemos que escribir una carta a nosotras mismas, a otra persona, contando una historia propia cuando hemos podido superar, soltar, resistir una violencia.

Se abren un montón de heridas. Hay gente que llora; hay mucho acompañamiento. Es súper fuerte. En esa ocasión, una mujer salió llorando. Yo fui atrás de ella, y pasamos dos horas hablando, porque le abrió una historia de una violación que nunca había confesado a nadie, y comenzó a escribir esta carta, y ya no podía.

Entonces, tuvimos que hasta hacer una segunda parte. Dos días más tarde hicimos otro taller donde pudimos soltar lo que había pasado. Y eso también fue guiado por una sanadora kichwa, que nos ayudó a centrarnos en nuestras fortalezas. No es fácil.

Al trabajar con la imagen, la visualidad, ¿cómo manejar en cámara, hasta dónde mostrar, qué mostrar y qué no mostrar?

Cada grupo tiene su propio proceso. Entonces, hay un montón de temas. Hacemos un guion colectivo, y en ese encuentro en el valle de El Chota, había 40 mujeres. Entonces, dividimos en tres grupos. Cada grupo escogía un tema, para comenzar a pensar qué queremos mostrar, cuáles son los mensajes que queremos decir, y cuáles son las imágenes que van con esos mensajes.

Ahí salen muchas propuestas de ver a la mujer tal como es; tal cual como una se piensa, se narra, y sus luchas. Es una mirada muy femenina, muy desafiante. A veces, muy propia. Como dije antes, como cuerpos distintos, diferentes partes del cuerpo. Pronunciaciones en contra de lo que han vivido.

Pero también, cosas muy positivas. Por ejemplo, en el valle de El Chota, había varias mujeres que son de territorio. Y una mujer –Anita Lara- es una lideresa en la comunidad; ella hace también las mascarillas que son muy famosas. Ella quería contar su propia historia sobre su propio empoderamiento. Contó sobre cómo ella pudo empoderarse económicamente, pero con la ayuda de una organización social, en ese pueblo, que era precisamente para entender y comprender cuáles son sus derechos laborales.

Hicimos un corto de ficción, sobre ella y su hija. Su hija, que se llama África, también tiene sus propias luchas. Es una historia de una mamá y su hija. Ella está luchando económicamente para solventar su vida, y África tiene un problema en el colegio. Ella quiere usar un turbante, pero está hostigada por los mismos maestros y sus compañeros. Entonces, ella está luchando con su propia idea como una mujer afro.

En el corto vemos las dos vidas paralelas. La mamá comienza a empoderarse, conoce sus derechos laborales; África va a su casa un poco deprimida por el hostigamiento y se duerme, y tiene un sueño. ¿Quién aparece en el sueño? Martina Carrillo, y le dice que ella sí puede usar su turbante, que es un símbolo de nosotras, de nuestra resistencia. Entonces, ella también se resuelve y con ese sueño se levanta, se pone su turbante, y se ve muy bonita al juntarse a la mamá y su hija en ese video corto.

Muchas gracias, Diana, y pues invitamos a todos a sumergirnos en este material, que además de ser la narrativa, es la expresión identitaria como mujeres. Estaremos pendientes de las nuevas producciones que tengan.

Ya vienen pronto.